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Desayuno en el Mencey

1. El domingo me invitaron mi hija y su novio a desayunar al Mencey. Y fui. Y pude ver un ambiente excepcional, con mucha juventud y mucho técnico de sonido. No en vano de Tenerife se acababa de marchar Tom Jones, aunque no de este hotel porque se alojó en el Sur. Ahora viene Matt Damon, cuya productora ha alquilado prácticamente todo el establecimiento. Riqueza para Iberostar, riqueza para Santa Cruz, fama para Tenerife. El Mencey es como si fuera mi casa, sobre todo mientras sigan ahí al pie del cañón gente tan buena y competente como Ricardo, Fidel, Fajardo, Higinio. Higinio fue el que le dio la última cena a Robert Maxwell, antes de que se lo cargara el Mosad en medio del Atlántico. En fin, que este hotel es mitad realidad y mitad leyenda. En lo real está que en él murió Ernesto Lecuona, el autor de Siboney. Y en la leyenda, aquel aparato sexual desconocido e indescifrable que una camarera encontró bajo la cama de una azafata nórdica. Debería figurar en el Museo de la Historia para solaz del visitante.

2. El Mencey es un pozo de noticias. Y las que se callan. Un hotel es un pequeño mundo y mi vocación secreta fue siempre ser director de uno de estos establecimientos. Mi padre lo fue y acabó dando de comer a los reclutas de Hoya Fría, siendo capitán de cuartel el hoy coronel en la reserva Ramos Aspiroz. Los sorchis comían tan bien que nadie se quería licenciar. Bueno, cosas que podían conseguir los amigos. Yo, de sorchi, salía por la noche del cuartel usando el coche del capitán y los alferes se me cuadraban en la puerta porque me ponía la gorra de Carlos Ramos e iba deprisa. ¿Historias cuarteleras a estas alturas? Ni hablar.

3. Es falsa la leyenda que dice que yo me bebí la bodega del Mencey, especialmente la cosecha de Martínez Lacuesta del 70, en tiempos de Alfonso Román y de Manolo Iruela, con el que hablé por teléfono hace poco. Pero sí es verdad que consumimos bastantes botellas de aquel caldo maravilloso cuando el hotel estaba en una de esas obras eternas de las que siempre ha salido indemne. Este es un pequeño homenaje el Mencey y a sus fantásticos empleados. No me olvido de Julia, la gobernanta, un encanto, a la que quiero mucho. Ni de José Domingo, el sumiller, también llamado somalí.
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