tribuna

Final de soledad – Por Indra Kishinchand

Desde hace años se tropezaban cada invierno como si no hubiera pasado el tiempo. El sofocante calor de agosto en aquel pueblo de interior les impedía reencontrarse con la misma naturalidad de otras parejas. Ellos preferían los diciembres en los que solo quedaba la esperanza de pasear hasta que la casualidad les hiciera saludarse; o, tal vez algunos días, simplemente sonreírse como dos desconocidos que se enamoran de lo que podrían haber sido. Ambos sabían que en sus hogares esperaba la calidez de una soledad decidida y pausada. Sin embargo, no podían remediar que, con la aparición de las primeras heladas, sus intenciones se vieran trastocadas por un fenómeno tan paranormal como la atracción (in)evitable.

Por eso en septiembre empezaba aflorar el recuerdo de lo que había pasado sin querer y continuaba sucediendo como sin querer; el inicio de aquel mes significaba recordar un verano en el que los corazones terminaban exhaustos de tantas infidelidades a lo que ellos pensaban y con la certeza de que el nuevo curso no sería más que otra excusa para crear ciudades con olor a hipocresía.

El único remedio que encontraron para la podredumbre ajena fue mimetizarse hasta olvidar que alguna vez habían sido noches sin nombre.