El dardo

La foto

Es la foto de la infamia. De la vergüenza. De la indignidad. De la ignominia. Y de muchas cosas más. Esa criaturita de tres años, Aylan Kurdi, vestida y tendida boca abajo, ya cadáver, sobre las olas que mueren en una playa turca, denuncia por sí misma un desgarro de la convivencia, un proceder social que apesta y envilece el alma humana. ¿Cuántos niñitos serán necesarios para que, ante tanto proyecto de vida roto por la guerra y la insolidaridad, Occidente reaccione y sus dirigentes políticos hagan lo posible para ayudar a quienes huyen de los conflictos bélicos y de la pobreza en busca de una vida mejor? La imagen del pequeño Aylan ha dado la vuelta al mundo y ha conmocionado a nuestras comodonas sociedades del bienestar. Al margen de la cuestión de fondo, de la que me ocuparé mañana, me interesa puntualizar que la publicación y difusión de la foto de marras, y con ella la secuencia completa que obtuvo Nilufer Demir, fotógrafa de Reuter, me parece muy oportuna bajo el punto de vista periodístico, y también con arreglo a los códigos deontológicos. La documentación gráfica es el mejor altavoz para la plasmación de ciertas denuncias, a condición de que no se caiga en el mal gusto, la obscenidad, el desnudo de la intimidad o el cuestionamiento del honor. Por citar un ejemplo, no consideré oportuno, siendo su director, que se publicaran en DIARIO DE AVISOS las fotos del cuerpo carbonizado de Paco Afonso tras su muerte en el incendio de La Gomera de 1984, o la de cadáveres descuartizados del accidente de dos Yumbo en Los Rodeos, en marzo del 77, por citar dos ejemplos puntuales. Pero ahí han quedado para la historia fotos memorables como la de la niña colombiana Omayra Sánchez poco antes de que, en noviembre del 85, falleciera atrapada en el fango tras la erupción del volcán Nevado de Ruiz en su pueblo de Armero. Y la de un bebé de cuatro meses rescatado bajo los escombros tras el terremoto que sufrió Nepal el pasado mes de abril. Y la de una niña somalí moribunda en la sabana en 1993, mientras un buitre parece aguardar el fatal desenlace. Y la de la niña vietnamita que, quemada por el napalm, corría desnuda huyendo de su aldea en llamas en junio de 1972… Todo tiene sus límites, pero a veces conviene llegar en la denuncia al borde mismo de lo incorrecto.