de puntillas

Iluminados – Por Juan Carlos Acosta

La señal de alarma más sintomática que tienden a dar los gobiernos involutivos es su progresiva bunkerización. Suele coincidir con una acción dirigente poco propensa al respeto al ciudadano y, lo que es muy predecible, con la radiación de un plantel escasamente dado a la cultura y al humanismo. Desde dentro, el poder en soledad se hipertrofia y conduce a un clima de tentaciones paternalistas que termina derivando a menudo en el desprecio a la voluntad popular, cuando no en el ninguneo de cualquier opción externa al núcleo de la toma de decisiones. Así, estos mandatarios pueden ir poco a poco abstrayéndose de la realidad y de las necesidades vitales del entorno hasta que terminan catapultados a un escenario de consignas defensivas para ocultar sistemáticamente con disimulo sus actividades y evitar obstáculos que puedan distorsionar su misión visionaria.

El poder tiene ese defecto. Cuando se detenta, embriaga porque genera privilegios casi divinos, deferencias que circulan por conductos exclusivos, y también por la potestad de dictar decisiones que afectan a masas humanas a golpe de pulgar. La mezcla de todos esos factores desemboca invariablemente en el aislamiento y, por tanto, en el alejamiento de la comunidad y, por pura decantación, en plutocracias, porque son los ricos y pudientes los que están en disposición de aprovechar cualquier resquicio u oportunidad pública para multiplicar sus activos. Además, la falta de contacto gradual con el pulso de la calle y la acumulación de rasgos autoritarios lleva a la desorientación y frecuentemente a estrategias de bloqueo de la información, es decir, al blindaje ante los medios de comunicación y a la ocultación de las actividades y los proyectos hasta cuando están ejecutados, por entender que los hechos consumados son más manejables ante la opinión pública y vendibles como éxitos a través de la maquinaria del estado, y en la seguridad de que, hoy por hoy, la justicia es lenta y está maniatada por la acción política.

Asimismo cabría hablar de iluminación, esto es, del convencimiento subjetivo de estar en posesión de una razón mística, cuando no heroica, que obliga a soportar todo tipo de presiones con el fin de llevar a cabo una tarea sacrificada, pero irremediable; solo que, como ocurre con cualquier alucinación, eso mismo puede derivar en tragedia.

Claro que en ello parece jugar un papel necesario el interés sectario de los colaboradores, un caldo de cultivo que suele traducirse en la falta de autocrítica a través de la adulación interesada, de tal forma que el personaje manda sin resistencia alguna en su pequeño gran universo; tanto que termina perdido con todos los hilos del poder en sus manos.

Como último factor recurrente para la autocracia contemporánea, si la comunidad administrada no ha desarrollado suficientemente el imperio de la responsabilidad social o el modelo se ha desviado demasiado del juego democrático, desgraciadamente el tejido se cuartea y puede degenerar en una colisión civil permanente que, en menor o mayor medida, acarreará resultados incompatibles con la paz y con la convivencia de los individuos bajo un mismo techo nacional.

Eso sí, cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.