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Las imágenes de ese niño

1. Me han roto el corazón las imágenes del niño ahogado, tumbado en la arena de la playa turca, recogido luego por un gendarme con un gesto tremendo de dolor en su cara. El pequeño sirio viste con sus mejores ropas, las que tenía que usar en el paraíso de la tierra firme, y con unos zapatos deportivos comprados quizá con mucho esfuerzo por sus padres. Me rompe el corazón esa imagen porque también me lo rompe el sufrimiento de los niños, víctimas inocentes de este mundo despiadado. No sé si han visto esas fotos; si tienen ganas de deplorar el drama, búsquenlas en la Internet. Y con ellas delante se darán cuenta de lo injusto que es esta mierda de mundo y de lo insensible que sigue siendo, a pesar de que las comunicaciones nos deberían haber enseñado a odiar las guerras, a deplorar la injusticia, a no tolerar la intolerancia -y la redundancia es intencionada-. Las gráficas serán premio Pulitzer, seguramente, o alcanzará una distinción en el concurso de World Press Photo. Que no sólo se quede en eso; que se conviertan en el símbolo de la libertad no conseguida.

2. Las fotografías no me dejan dormir, se me han metido en la retina, en el cerebro. Las fotografías me persiguen y aunque hago esfuerzos por olvidarlas, no puedo. Es demasiado el impacto del niño de tres años, muerto en un naufragio, junto a parte de su familia. Este mundo tiene que reaccionar ante esta visión terrible de la realidad de un mundo inmerso en la tercera guerra mundial. Quizá tengan que ser los niños quienes nos transmitan la necesidad de un gran acuerdo entre naciones para acabar con la brutalidad de la guerra, con la codicia de gobernantes asesinos y con guerras santas que de santas tienen solamente el nombre.

3. Si terrible fue la tragedia de Omaira Sánchez, atrapada en un charco de Colombia, hace 30 años, en una muerte lentísima que la prensa se encargó de prolongar porque su agonía vendía, lo del niño ahogado en una playa turca me vuelve a partir el corazón. No hubo solución técnica para sacar a una niña de un charco. Tampoco la hay para evitar esta muerte. Dios santo, a lo que hemos llegado: a convertirnos en asesinos globales.

achaves@radioranilla.com