nombre y apellido

José Gil Fortoul

En DIARIO DE AVISOS, con ocho páginas y editado en La Palma, hice mi primera recensión a la notable Historia constitucional de Venezuela, de José Gil Fortoul (1861-1943), nacido en Barquisimeto y que repartió su vida entre el servicio público, la docencia y la literatura; fue diplomático de carrera y alto cargo -ocupó puntualmente la Presidencia de la República – y gozó de merecido prestigio en los círculos académicos. En la inacabable ordenación de libros que me persigue, surgen sorpresas que te reconcilian con el caos y, curiosamente, en unos días manchados por las invectivas del tal Monedero contra Leopoldo López, descubrí los gruesos lomos del manual del intelectual positivista que defendió el imperio de la ley “en todas las circunstancias”. El azar puso en la balanza al escritor llanero, decente y riguroso en su extracción conservadora, y al avispado sujeto que trabajó para el chavismo y que tuvo pagas extraordinarias por informes secretos (ni los enseña ni nadie los conoce) de política monetaria. Al constitucionalista le acarrearon problemas su sinceridad y coherencia; el politólogo del chaleco se convirtió en una carga para “el partido que nació contra la casta” y los jóvenes de la cúpula lo echaron para no tolerar “comportamientos fiscales propios de la clase que fustigaban”. El individuo de apellido adecuado -perdonen el chiste fácil- justificó la artera condena del preso político venezolano con abyectas palabras en las que lo tildó de terrorista e instigador del fallido golpe de estado de 1995 y de las protestas -habló de kale borroka- “para no reconocer la legalidad”.

En la infame andanada, que debe a sus mecenas, metió a los parlamentos europeos y americanos por “recibir con honores a las familias de los terroristas”. La infamia tiene difícil reparación y mentarla y mentar al infame devienen en pecado de torpeza e incluso masoquismo. Asumo la culpa y con el primer volumen de Gil Fortoul abierto leo, por azar, una reflexión del periodista Blas Bruzual que le viene al pelo al ideólogo de mueble bar y alto precio: “Los insultos y las calumnias irritan, es verdad; pero ellas no extrañan la opinión, sino al contrario, le iluminan el camino para descubrir el más imperceptible obstáculo. El poder gobernante no debe nunca coartar la facultad de decir sino, por el contrario, alentar a los hombres para que digan, porque mientras más digan, más se anima la discusión y más fruto saca de ella el que gobierna”. Aquí está el consejo para su uso y préstamo a sus generosos asesorados, sin coste alguno.