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Ludwig Losbicher

El incansable Francisco Fernández Pardo nos puso en la pista de un austriaco que, desde los estertores de la II Guerra Mundial hasta el último cuarto del siglo XX, se movió con impunidad por España – principalmente por Cataluña donde tuvo residencia – y cuajó rentables negocios con obras robadas e incautadas por el III Reich a propietarios judíos. Protegidas por las autoridades franquistas, las andanzas de Ludwig Losbicher Gutiahr (1898-1989) son sólo un capítulo de la colosal investigación del escritor riojano sobre la Dispersión y destrucción del patrimonio cultural español que, por documentación y rigor, no tiene parangón en la historiografía del arte europeo. Con objetividad y prosa amena, en el último número de la revista Hispania Nostra -de la asociación del mismo nombre creada en 1976 para movilizar a la sociedad civil en la conservación y difusión de los bienes culturales- retrata a Losbicher como un espía del movimiento nacional-socialista desde sus inicios, con misiones para la Gestapo en el Norte de África antes del conflicto internacional. En 1948 se localizó en Barcelona y, tras la victoria aliada, fue reclamado junto a un centenar de colaboradores hitlerianos; fue deportado pero, tras unos meses de prisión, volvió a la Ciudad Condal y actuó sin recato como marchante, comisionista de particulares y vendedor de fondos propios, “entre setenta y ciento veinte piezas, tasadas en mil millones de pesetas”.

En la Mostra Primitivi Mediterranei, que itineró en 1952 por Burdeos y Génova, presentó como “bienes personales” tablas de los maestros catalanes Jaume Huguet y Lluis Borrassá, obtenidas ilegalmente, y una serie del hispanoflamenco Pere García de Benavarre, procedente de la Iglesia de Peralta de la Sal, Huesca, que pertenecieron después al judío Hugo Helbing, “víctima de la Noche de los cristales rotos”. Enterrado de caridad en el cementerio de Collserola, Losbicher dejó tras sí muchas incógnitas que, hasta ahora, nadie había estudiado. Fernández Pardo, un humanista contemporáneo con vocación de detective, sitúa en la colección perdida del traficante nazi obras de Giovanni Bellini, Rafael di Sanzio, Gerard David, Alberto Durero, Peter Paul Rubens, Anton van Dyck y Rembrandt Harmenszoon van Rijn y, además, trapichadas en la Piel de Toro, telas de El Greco, José de Ribera, Francisco de Zurbarán, Diego Velázquez, Bartolomé Esteban Murillo, Francisco de Goya y Joaquín Sorolla. Nada menos.