nombre y apellido

Luis Alberto

Aunque no figure entre los sinónimos más usuales de dibujo, la voz dirección -la línea imaginaria establecida entre dos puntos, en especial cuando indica orientación o meta- es el término que mejor define los últimos trabajos que Luis Alberto muestra en La Gomera en el recién estrenado septiembre, bajo el sello de la libertad paciente y costosamente ganada y de la independencia que, contra viento y marea, le caracteriza. Dibujos impecables y esculturas ancladas en una vaguedad, tan azarosa como meditada que, como la música, tiene rumbo y ritmo nítidos pero, a la vez, se abre al vasto y variado horizonte de todas las sensibilidades, con mensajes específicos para cada una. Los asuntos proceden de una imaginación fecunda y sin tabús; de una personalidad asentada y contrastada en todas las pruebas; y de una fidelidad sin cuestión a su nombre y estilo; pero, además, de los juveniles y sabios hallazgos de seres y mundos personales, paralelos y coetáneos del presente vital, y del orden profundo donde se encajan y desajustan, hasta el infinito, el instinto de supervivencia, el signo de la especie, y la magia, una suerte de ilusión y refinamiento para aliviar el rudo pragmatismo; y, finalmente, también salen de su notable cultura, adquirida y experimentada en los hitos históricos y en las rompedoras vanguardias, escrutada y estudiada en todas sus circunstancias – propósitos, métodos y materias – para la implacable elusión de significados, parecidos e, incluso, pistas. Para sostener el ámbito de la anfibología en el que sus obras, remotas y próximas, revisten su peculiar atemporalidad, combina la representación – formas y movimientos en el tiempo – con la exclusión – praxis para subrayar ausencias – en una exquisita demostración del ingenio posible que el arte, como la vida, necesita para conservar su nombre y su destino. Los dibujos, o direcciones, y las miniaturas revelan que antes que el oficio imprescindible y, en su caso, excelso, está el poder de la memoria, protegida por la férrea voluntad que siempre la liberó, y aún la tiene a salvo, de tentaciones fáciles, con una imponente pulsión de estabilidad y una didáctica calidad de canon. Fue así como entraron en la antología canaria de todos los tiempos, las impresiones y reflexiones (las direcciones), los estados anímicos de los que nacen las extrañas y tiernas criaturas, y en los que se conforman los ambientes y los objetos, tocados por el misterio, la comprensión y la delicadez para aliviar la ruda supervivencia, el signo de nuestra estirpe.