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A marchas forzadas

Tendemos a pensar que los cambios son radicales, y es verdad que alguno se produce así, pero por lo general no. Un ejemplo claro es la historia, que la dividimos en períodos casi exactos, como si de pronto un día se hubieran levantado en Europa pensando, por ejemplo, que a partir de ese día ya estaban en el Barroco, en plan, no oiga, que el Renacimiento es de la semana pasada, que ya no se lleva escuchar a Tomás Luis de Victoria, que ahora quien lo peta es Bach. Aunque bien sabemos, que pese a esos infundidos ideales del blanco o negro, de la dualidad permanente, de lo que está claro y debe ser así, existe un mar de confusiones y ambigüedades. Es una mezcla constante de lo que fue, lo que es, lo que parece ser y quizás, de lo que debió ser. Por esto mismo, por esta mestura de elementos vitales, hay ocasiones en las que me pierdo entre el adulto que se supone que soy y el niño que todavía sigo siendo. Aún me sorprendo cuando ciertas máximas que tenía ancladas en lo más profundo de mi ser, terminan siendo desenmascaradas en un tremendo tortazo de realidad.

A poco que me asomo a los medios de comunicación, observo pasivo un sinfín de sinsentidos a cada cual más atroz. No puedo entender cómo hemos llegado a esto; no puedo entender cómo la historia es capaz de repetirse. A trompicones alcanzo a ver que estaba equivocado. Llegué a pensar que el ser humano sabía dónde iba. Siempre creí que la humanidad tenía un plan; si bien más consciente soy de que era una verdad adherida al pensamiento sin consistencia. Lo peor de esto no es esta sensación de improvisación, sino el sálvese quien pueda reinante, que es lo preocupante. Y pudiera parecer que la reacción lógica sea el miedo. Nada más lejos. Es el momento de coger el testigo de la responsabilidad y, valores en mano, alzarse a intentar cambiar lo que nos rodea. Motivos no nos faltan. Es nuestro tiempo.
@cesarmg78