reflexión

Misericordiae vultus – Por Juan Pedro Rivero

Solemos decir, y no sin razón, que “las palabras se las lleva el viento” cuando el compromiso se queda en una mera manifestación de intenciones. Las palabras pueden ser hermosas, pero si son solo palabras, desencarnadas, etéreas, que revolotean entre los párrafos escritos o los discursos pronunciados, sin que duelan a la carne, entonces se las lleva el viento como ciscos inútiles escondidos debajo de la cama.

Eso pasa con palabras como compasión, piedad, perdón, colaboración, acogida, misericordia… Sin rostros, son solo palabras que se lleva el viento. La traducción española de misericordiae vultus es “el rostro de la misericordia”. Así ha titulado el Papa Francisco la bula de convocatoria del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Porque una misericordia verdadera, real, encarnada, debe tener rostro, cara, carne que duela. Como nos invitaba la Madre Teresa de Calcuta: “ama hasta que te duela; si no te duele, no amas de veras”.

Para los cristianos, Jesús es el “rostro” de la misericordia de Dios Padre. Decir que Dios nos ama, que nos quiere, que tiene compasión de nosotros serían solo palabras si no tuvieran un rostro atravesado por un dolor comprometido; una carne que duele… Un amor hasta el extremo que salva. El amor no es un fantasma, una idea, un paradigma, una mera palabra; el amor es un rostro que se compromete conmigo.

La semana pasada nos taladraron el alma con la fotografía de un niño de apenas tres añitos, ahogado en una playa de Turquía. Un rostro de un emigrante que huía de la mano de sus padres de aquella guerra terrible en la que hay autores locales y colaboradores internacionales, bien por acciones interesadas o por omisiones sospechosas. Un rostro casi enterrado en la arena.
Si el dolor tiene rostros, la misericordia los tiene también. Misericordiae vultus…

@juanpedrorivero