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¿Qué hacer?

“¿Qué hacer?”, se preguntaba Lenin antes de la Revolución de Octubre, y “¿qué hacer?” se pregunta el Gobierno y, en particular, Mariano Rajoy ante los previsibles resultados de las elecciones autonómicas que se celebran hoy en Cataluña, y que los soberanistas catalanes han convertido en un plebiscito en el que se dirime la independencia. Hablamos de los previsibles resultados porque todas las encuestas dan a la lista conjunta independentista como ganadora por amplio margen de votos y al borde de la mayoría absoluta de escaños en el Parlamento catalán, y por encima de esa mayoría con los escaños que va a obtener la Candidatura de Unidad Popular. La CUP, que triplicaría sus tres representantes actuales hasta alcanzar los nueve, seguiría siendo necesaria para completar un frente hegemónico en el Parlament que pudiera plantear la ruptura con el resto de España. Pero esta candidatura ya ha advertido que rechaza votar la investidura de Artur Mas y ha propuesto buscar a una persona “de consenso”.

Sin embargo, la amplia mayoría de escaños no se correspondería con una mayoría absoluta de votos, porque Junts pel Sí, la lista que integra a Convergència y a Esquerra Republicana, junto con la CUP se quedaría en unos 47-48% de sufragios. Una victoria indiscutible, aunque no para legitimar una declaración de independencia, si nos olvidamos por un momento de la Constitución y las leyes. Tal desajuste entre escaños y votos se produce porque la falta de proporcionalidad del sistema electoral catalán penaliza a los votantes de la provincia de Barcelona, la más poblada y la menos nacionalista. Con ese 47-48% de votos y un sistema electoral de signo opuesto, los independentistas lograrían una holgada mayoría absoluta, con 74 o 75 diputados sobre 135.

En cuanto a los partidos constitucionalistas, a mucha distancia de los soberanistas y siempre según las encuestas al uso, Ciutadans se convertiría en la segunda fuerza parlamentaria catalana y pasaría de sus nueve escaños actuales a 19 o 20. Catalunya Sí que es Pot (Pablo Iglesias más ICV) obtendría unos 14 escaños (ICV tiene ahora 13); los socialistas 13 o 14 (ahora tienen 20) y los populares 12 o 13 (ahora 19). Y por lo que respecta a Unió, que ha centrado su campaña en conseguir el apoyo del votante tradicional de CiU, se mueve en una horquilla de un máximo de dos diputados y el peligro de quedar fuera de la Cámara catalana.

En cualquier caso, los resultados de Junts pel Sí siguen siendo inferiores a los que lograron por separado CiU y ERC en las elecciones de 2012, cuando obtuvieron 71 escaños (50 la federación nacionalista y 21 el partido de Oriol Junqueras, que se resistió a concurrir junto a Mas hasta que el presidente le amenazó con no adelantar las elecciones si no cedía). En relación a la suma de todos los diputados soberanistas, de las encuestas se desprende que apenas variaría: CiU, ERC y CUP tienen ahora 74 escaños, y se les vaticina repetir o ganar uno. Otro matiz importante a tener en cuenta es que en todas las elecciones autonómicas hasta ahora, excepto en las de 1980, la suma de CiU y ERC ha alcanzado la mayoría absoluta de escaños, que es el objetivo reconocido por Mas para las elecciones de hoy. El presidente de la Generalitat ha anunciado que si lo alcanza se sentirá legitimado para poner en marcha su plan, que incluye una declaración unilateral de independencia si el Gobierno se niega a negociar.
Resulta claro entonces que ninguna de las advertencias sobre las consecuencias negativas de la independencia ha hecho mella en los electores soberanistas, muy movilizados desde hace meses. Ni las manifestaciones de los dirigentes europeos sobre la salida de la Unión Europea y el euro; ni la apelación de Barack Obama a una España “fuerte y unificada”; ni los comunicados de la banca y de los empresarios alertando sobre los riegos económicos y financieros de la independencia, y amenazando con marcharse si se consuma; ni las alusiones a un corralito bancario por el gobernador del Banco de España han tenido el efecto esperado. Mas y los suyos llevan meses y meses tratando de contrarrestar lo que llaman “el discurso del miedo”, y parece que lo han conseguido, al menos en gran parte, porque han construido un movimiento emocional, mientras el no independentismo no tiene un relato atractivo sobre las bondades de la unión con España, que desactive al votante independentista y active a los abstencionistas. También hay un exceso de presión exterior, que puede llegar a ser contraproducente. La sociedad catalana está dividida por mitades entre partidarios y no partidarios de la independencia, aunque muchos votantes soberanistas no consideran la independencia una opción factible, pero creen que el triunfo electoral del independentismo reforzará la posición negociadora de Cataluña ante el Gobierno central después de las elecciones generales de diciembre.

El presidente de la Generalitat, Lluís Companys, proclamó el 6 de octubre de 1934 el Estado Catalán de la República Federal Española. Fue un golpe de Estado abortado por las tropas del general Domingo Batet, que el Gobierno de la Segunda República envió para detener a Companys y a todo su Ejecutivo, y ante el cual capituló al día siguiente el presidente catalán después de cuarenta muertos (ocho soldados) por ambos bandos y muchos más heridos. Pero Rajoy no hará lo mismo. No es republicano ni partidario de la Memoria Histórica.