Domingo Cristiano

Refugees welcome

No voy a ganar el premio al más solidario después de escribir lo que sigue. Y es que, por más que lo intento, no consigo evitar la sensación de que es la histeria -si tal trastorno existiera- el componente común de las reacciones más públicas respecto a la crisis humanitaria que protagonizan quienes huyen de la guerra hacia Europa. No lo digo por esa alimaña húngara disfrazada de periodista que se entretiene patentado el cuerpo y la dignidad de quien más sufre. Lo que me preocupa realmente es el día después. A la pregunta: “¿Tenemos que acoger a quienes huyen de la muerte y el dolor?”, la respuesta es: “Sin duda. Cueste lo que cueste”. Que no quepa ninguna duda sobre ello. Pero, más allá de esa obviedad para todo ser humano de buena voluntad, creo que no hemos valorado el alcance de tal decisión. No lo han hecho los políticos, preocupados porque una aparente falta de solidaridad les pase factura en las próximas elecciones. “Acogeremos a los que vengan, sean cuantos sean”, he oído decir. Y tampoco son realistas los indignados profesionales: total, después de prometer el cielo y no repartir más que sus migajas, qué importa un lema más. ¡Será por tela para fabricar pancartas! Entonces, ¿qué? ¿Escondemos las fotos de niños muertos y hombres aterrorizados? No. Nunca. Jamás. Dejaríamos de ser personas. Y aquí es donde la mayoría de nosotros se atasca en un dilema entre el corazón y la cabeza. Hay que abandonar ese bucle perverso. Se trata de exigir a las autoridades que -además del sí, quiero- destinen recursos para la integración. Son emocionantes los ofrecimientos de pabellones y albergues. Pero, ¿hasta cuándo aguantaría usted durmiendo en un gimnasio? Cuando las elecciones y las pancartas hayan pasado, nuestros refugiados seguirán comiendo. Y no sólo: a esos hermanos nuestros, decenas de miles, les hemos prometido un futuro. Casa, sanidad, empleo, formación, vestidos, educación, asistencia social, enseñanza de un idioma… Les hemos dejado entrar para vivir, no para sobrevivir. Los refugiados no pueden ser ciudadanos de tercera.

“En sus países estaban peor”, argumentan los paternalistas que aún patrocinan aquella humillante caridad de hasta hace bien poco. Si los acogemos, y tenemos que acogerlos, debe quedar claro que ya nada será igual. Que el dinero de todos servirá para dar vida a quienes se habían quedado sin un mañana. Y que eso tendrá un coste para nuestra comodidad y para lo que llamamos el Estado del Bienestar. Tildar de pájaro de mal agüero a quien lo hace notar es como pensar que tapándose los oídos desaparece la fuente del ruido. Los cristianos, junto a todos los hombres buenos de la sociedad, tenemos que patrocinar este sacrificio. Los histéricos de la solidaridad desaparecerán ante el primer problema. Ya lo verán. La última: a mí sí me preocupan los infiltrados yihadistas que se camuflen entre las verdaderas víctimas. Y creo también que habrá que actuar sobre el problema en su lugar de origen, porque llegará el momento en el que no podamos seguir con la puerta abierta por pura matemática.
@karmelojph