Abierta la puerta. Nada en el zaguán; todo vacío y frío. En lo más profundo, una tenue luz que se cuela por la ventana rota, ilumina lo que otrora fue una estancia. Algunas paredes han caído y el techo que sujeta la primera planta no parece de fiar, de la parte de arriba sólo queda la fachada. El olor es una mezcla de humedad y polvo acumulado, apenas quedan vestigios de lo que una vez fue aquella casa. El paisaje está dominado por escombros, mezcla de bloques, cables, hierros, maderas, azulejos y cristales. Solo los restos de unas telas y algunos muebles rotos dan fe de que una vez estuvo habitado. Me interno hasta donde el instinto advierte que es seguro estar, logrando llegar al dintel de la puerta que conduce a la habitación del fondo. De ahí no paso. Observo con detenimiento el marco de una pintura junto al resto de un cuadro de luces, la sensación de desolación es brutal. Justo en el instante que me giro para salir de la casa, advierto la presencia de algo bajo mis pies. Es una foto de la que solo queda la mitad. En ella, un joven ríe mientras juega con un adulto del que nada más se pueden intuir sus manos. No esperaba encontrar nada, entré solo por la curiosidad de saber cómo sería la vivienda. Sin embargo, aquel tesoro en papel Agfa abre la posibilidad de crear una historia, de imaginar cómo sería la vida de aquel muchacho. Recreo sus juegos en la entrada, lo veo correr escaleras arriba en busca de su madre, lo observo mientras disfruta de las historias que su padre le cuenta en el salón, le oigo llamar a voces a su hermana desde el patio, soy capaz de escuchar su respiración mientras sueña plácidamente en su cuarto, e incluso, puedo sentir que allí fue feliz. Abandono el lugar mientras sigo inventando cosas sobre el enigmático chaval de sonrisa amplia y pantalones cortos. Continuo mi paseo y conforme se van acabando los recursos literarios, surgen la conciencia y las preguntas sin respuesta. De entre todas las posibles, hay una que taladra mi cabeza: ¿por qué? ¡¿Por qué?!

@cesarmg78