Sin pelos en las teclas

Televisión y política – Por Cecilio Urgoiti

Resumir en pocas palabras la influencia de la televisión en el ámbito político no es tarea fácil. De lo que sí no hay ninguna duda es de la enorme importancia y efectos que el desarrollo de la nueva sociedad de la información tendrá sobre el progreso social y económico de los estados más avanzados y, por ende, también sobre el tercer mundo, algo que está ocurriendo o va a ocurrir durante las próximas décadas, por consiguiente, en el horizonte de un futuro inmediato, que, por cierto, se me antoja incierto.

Pero este “papel” de los poderes públicos y de las autoridades en este fenómeno debe ser fundamental. Ahora bien, ¿están los políticos actuales en disposición de afrontar el reto de la libertad de expresión como “máxima” de la transparencia de un buen gobernar? Sinceramente, creo que no, éstos, los políticos, al no ser los dueños de los símbolos, no son sino instrumentos al servicio de los amos, señores del capital que proceden a su libre albedrío, que actúan desde la más libre impunidad, siendo el objetivo final ellos y su capital, su solidaridad se enroca en ellos mismos y los medios de comunicación de masas son ellos.

Los mensajes televisivos se aúnan con el fin de favorecer su interés. Cuando un gobierno no sirve, se cambia o, simplemente, se transforma en otro de ideología contraria, donde la economía queda plenamente adaptada a las exigencias del capital.

Fomentar el desarrollo y la extensión de los nuevos servicios y de los medios modernos, garantizar que la liberalización o introducción de la competencia mejore efectivamente el mercado y no excluir a nadie, son principios liberales que deben ser compatibles con el resto de las ideologías democráticas.
La competencia ha de ser un factor positivo para el desarrollo del sector, se ha de terminar con los monopolios, sobre todo los privados, pero se ha de garantizar que se establezcan ciertas obligaciones de servicio público, tales como la universalidad y los servicios mínimos para que ningún colectivo ni ningún territorio permanezcan aislados del proceso por criterios puramente económicos.

Precisamente, para evitar las nuevas desigualdades generadas por el avance tecnológico, el papel de las sociedades desde el Gobierno ha de ser imprescindible. Las personas no preparadas para el acceso a Internet ni para el uso de las nuevas tecnologías se quedarían aisladas y serían los “nuevos analfabetos”. Este es un riesgo evidente, real e inminente, para el que hay que crear soluciones reales.

Las nuevas generaciones, evidentemente, podrán ser formadas en los centros educativos, pero, para la gente adulta, se tendrá que poner en marcha una intensa actividad de reciclaje, ligada con la preocupación genérica de formación continua y variada que se ha de exigir para garantizar la igualdad de oportunidades.

Es aquí donde la televisión ha de seguir jugando su papel formador, informador y entretenedor con los auspicios políticos de servicio a la sociedad. La televisión interactiva es una realidad que podrá servir de punta de lanza a ese nuevo mundo informatizado.

La huida de la televisión pública a una televisión de pago es un grave atentado a la democracia. Una televisión de contenidos paupérrimos, donde los “dueños de los símbolos” sean aquellos que proporcionan los contenidos y los cobran también, hará que se convierta en algo residual con un señero fin: engordar las de ellos y, además, cobrar también por ello.

La economía neoliberal actúa con arreglo a una lógica autónoma, que no es la del conjunto de la sociedad, sino la del beneficio restringido a unos pocos, de tal forma que hemos de tener en cuenta que nuestro sistema económico, es un mero subsistema emanante de otro más amplio, cuya condición debe ser rigurosamente tenida en cuenta.
El nuevo sistema pasa por favorecer al dueño de los símbolos. Cuando, lo cierto es que los “símbolos” son de todos.