DEJA VER

Valle y el Victoria

Creo que Manolo Valle fue un buen árbitro. El arbitraje le tiraba. Realizó esta actividad en dos deportes diferentes, el fútbol y el boxeo. Era algo gesticulante y le gustaba poner caras como para justificar sus decisiones, pero era un buen árbitro. En fútbol, llegó a ser presidente del Colegio de Árbitros tinerfeño y en boxeo logro la categoría de árbitro internacional. Su vida transcurría de forma plácida, hasta que un día lo designaron para que arbitrara una semifinal del Campeonato de España de juveniles entre el Victoria de Tenerife y el Chamartín, de las categorías inferiores del Real Madrid. Era el Victoria el equipo donde jugaban algunos que llegaron a ser figuras del fútbol, como Jorge, Robi,… Fue un partido de mucha tensión. En las postrimerías del encuentro, marcó el Victoria tras el lanzamiento de una falta. A Valle no le tembló el pulso. Anuló el gol y mandó a repetir que se sacara la falta. ¡Pa’ qué fue aquello! ¡La afición se lo quería comer! Un escándalo tremendo en el Estadio. Al final, el Victoria quedó eliminado. La gente no le perdonó a Valle aquel desafortunado arbitraje y se lo reprochaban llamándolo de todo, cada vez que dirigía un partido. Dejó de arbitrar fútbol y se dedicó a hacerlo solamente en el boxeo. Pero ni por esas. En las veladas, cada vez que anunciaban el nombre de los púgiles contendientes y después decían “Árbitro: señor Valle”, se desencadenaba una bronca tremenda y la masa le increpaba vociferando: “Valleee, el Victoria hijo de pu…”. Pasaron los años y un día coincidí con él en un vuelo a Madrid. Me dijo: “Parece mentira, Senante, han pasado diez años de aquello y la gente sigue metiéndose conmigo como si hubiera sido ayer,…” Yo le respondí: “Tranquilo, Manolo, tú sabes cómo es la gente. Verás que con el tiempo, terminan por olvidarse”. Pero,…la gente siguió igual. La noche de Reyes solíamos juntarnos un grupo de amigos para hacer las compras de última hora y reírnos un rato. Terminábamos siempre en el Mercado. Valle montaba en la Recova una especie de tómbola-bingo. Para optar al premio había que comprar unas tablas con números. Manolo Valle, micrófono en mano, arengaba a la gente a que jugara y repetía: “Abonen las tablas, señores, abonen las tablas”. Nos ocultábamos dispersos entre la gente y empezábamos a gritar: “Valleee, el Victoria hijo de pu…” Y él decía por el micrófono: “Ya está el gracioso de Senante y sus amigos…”.

Con ocasión de las Olimpiadas de Barcelona, en 1992, asistí a una de las sesiones de boxeo que se celebraban en el pabellón del Joventut de Badalona. Me senté solo en la grada, sin encontrarme con nadie conocido. Al rato anunciaron una semifinal del peso semipesado entre un búlgaro y un rumano, de nombres irrepetibles. Para a continuación comunicar: “Árbitro de este combate, de España, señor Valle”. Debo reconocer que me entró una desazón enorme y no sabía cómo reaccionar. Tras oír “Primer asalto” y el gong, se produjo el típico silencio de los comienzos en los combates de boxeo. Fue en ese momento, cuando sin poderme contener, me puse en pie y ante el asombro de la grada, vociferé: “¡Valleee, el Victoria hijo de pu…!”. A lo cual, Manolo correspondió saludando desde el ring sin dejar de mirar a los púgiles. Creí que Tenerife no me perdonaría, si permitía que Valle arbitrara sin que le chillasen la famosa frase.
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