De Puntillas

El aire de Marte – Por Juan Carlos Acosta

Que el ex primer ministro británico Tony Blair haya reconocido que fue un error invadir Irak en 2003 cierra uno de los bucles más claros de abuso de poder de los últimos años. Solo que las consecuencias las estamos viviendo hoy, en presente, con miles de personas huyendo de sus hogares y tocando a las puertas de Europa con desesperación. Blair ha admitido, por fin, que es muy probable que ese acontecimiento haya marcado la aparición del Estado Islámico, o Daesh, entre Afganistán, Oriente Medio y África; aunque se echa de menos que hagan lo propio los otros dos componentes del triste Trío de las Azores, George W. Bush y José María Aznar, enrocados en sus lejanías; uno, seguramente en su rancho de Texas, y el otro, en plan narcisista, por no decir autista, dando lecciones de democracia a todas horas.

Así las cosas, se confirman una vez más dos premisas. Primero, que el poder concentrado en sí mismo es, con la deriva de la inmediatez tecnológica, la más potentes de las armas de destrucción masiva. Y, segundo, que el tiempo, que anda por libre, nos ha colocado en un escenario en el que hay que sopesar hasta el último fleco los pros y los contras de cualquier actuación, tanto a nivel mundial como regional, por la respuesta de la denominada ley de los vasos comunicantes, que nos habla de la tendencia demostrada de los fluidos a equilibrarse en diferentes recipientes relacionados por las fuerzas de la naturaleza, algo que también, hoy por hoy, es la Humanidad.

Es preocupante asistir a la impunidad con la que unas pocas personas pueden causar grandes tragedias sin que se ejerza una rendición de cuentas, un sumario, un castigo y una reparación de los estragos, difuminados casi siempre en los enredados hilos de la política. Claro que esos mismos sujetos, seres humanos como usted o como yo, son los primeros que se visten de capitanes truenos para castigar otros genocidios como los de los Balcanes o los de los estados parias africanos sin rubor ninguno. Y eso está ocurriendo ahora mismo en Siria, donde los “datos erróneos de los servicios de inteligencia” (Blair dixit) siguen aflorando estrepitosamente, o ignorándose por intereses bastardos costurados entre la política y el capital.

Lo más llamativo de todo es que esas evidencias tan contundentes puedan ser camufladas por una jerga urgentísima mediática en la que el todo se diluye por la insistencia del desmentido o del eufemismo absurdo, a pesar del ruido de fondo de algunas voces tan transparentes como las del papa Francisco (chapó y cuidado) o las del filósofo Emilio Lledó, en la reciente entrega de los Premios Princesa de Asturias, con aquel titular monumental ante sus pasmados oyentes: “Nos gobiernan indecentes con poder”.

Todos los bucles están contenidos en uno, el de un planeta intercomunicado que devuelve siempre, de una u otra forma, los golpes que le damos, eso sí, con el efecto mariposa que los procesa y los devuelve multiplicados por mil, dadas las reglas de nuestra fértil Tierra. Y no es pura retórica, pues lo estamos comprobando con el clima.

Esa indecencia a la que se refería el pensador sevillano, quizás con la lucidez de su paisano Séneca, o se convierte en inteligencia o nos vamos todos a tomar por Marte, como propone el profesor Hawking.