DEJA VER

La Casa de Socorro

La Casa de Socorro estaba ubicada en la calle José Murphy, al lado de la Plaza del Príncipe y pegada al Museo de Bellas Artes. Era un lugar de urgencias clínicas en pleno centro de la ciudad, que se usaba con mucha frecuencia para ir a ponerse una inyección o para cuando a alguien le “daba una fatiga”. Allí te atendía el Médico de Guardia que, en función de la gravedad, después te podía enviar al Hospital o donde fuera necesario. Pero también era un punto neurálgico de la novelería santacrucera. Cada vez que bajaba un coche tocando la pita por la calle Ruiz de Padrón, media Plaza del Príncipe salía corriendo para ver a quién ingresaban y enterarse de qué había pasado.

En Carnavales tenía mucha actividad, casi siempre por lo mismo, las “cargaceras”. Un año, quién rompió la monotonía, fue Franchy el Guardia, hermano de Dominguito el Cojo, el pianista de la Orquesta Nick and Randy. Él tenía ese apelativo porque había ingresado en las Fuerzas del Orden Público, era Policía Nacional. Le gustaba cantar y ese Carnaval salió con la Rondalla Unión Artística del Cabo recorriendo las calles de Santa Cruz. Franchy entró en la Casa Socorro por su propio pie, acompañado de Damián el Gomero. Tras posar su voluminosa humanidad en la camilla, con cara circunspecta dijo: “Doctor, a ver sí me puede poner Bálsamo Bebé, que tengo las ingles llenas de rozaduras…” Casi lo sacan a patadas de allí.

Otros Carnavales, ante la llegada de un coche pitando, corrimos de noveleros, whisky en mano, a ver a quién ingresaban. Era Dominguito La Tarde, vendedor de este periódico que solía ubicarse en la esquina de la calle Castillo con la del Norte. De aspecto no muy varonil, solía ornamentar su vestimenta con unos calentadores rosas en las piernas. Estilismo, que se ve que había copiado de la película Fama. Supimos que no era nada grave, cuando al rato vimos que lo habían depositado en la acera a que se le pasara “el pedal”. A las ocho de la mañana estaba yo tomando unos churros con Manolo el Viruta, cuando vimos llegar a Dominguito. Lo invitamos a un coñacito, cosa que rechazó haciendo aspavientos. Le dijimos que lo veíamos desmejorado y que era bueno que lo viera un médico. Rápidamente lo cogimos cada uno por un brazo y el Viruta le soltó: “Te tiene que ver un doctor y que te ponga un tratamiento”. Lo llevamos a casa de Pepe Rancel, que trabajaba en la Caja y vivía enfrente, y que lógicamente estaba acostado. Dominguito no paraba de preguntar: ¿a dónde me llevan? Manolo le dijo: “¿no ves?, a que te vea el Doctor Ático (distintivo de la planta del edificio en el que vivía Pepe) que está de guardia”. Cuando Lina, la mujer de Rancel, nos abrió la puerta y vio el cuadro, nos perforó con la mirada y exclamó por lo bajini: “…cabrones”. Pero no nos tembló el pulso, le dijimos: “Señora, nos han dicho que el Dr. Ático está de guardia, a ver si podía atender a Domingo..” Apareció Pepe en bata, recién levantado, y le hizo un reconocimiento de fondo de ojos, desde la distancia, y le recetó: “Nada de alcohol, fuera el cigarro y me hace una dieta sin grasas…”, a lo que Dominguito respondió compungido: “Doctor, me está quitando la vida…” En ese momento, sin que nadie lo esperase, apareció Lina con una jeringuilla de casi medio metro que tenía para sus cosas de jardinería y ante la pregunta de “¿para quién es la inyección?, Dominguito salió como un cohete. Bajó los seis pisos que ni Usain Bolt. Cuando el Viruta y yo llegamos a la calle, él debería ir ya por Salud Alto. Deja ver…