POR QUÉ NO ME CALLO

Clinton y Hawking visitan Tenerife

Hace diez años, Ricardo Melchior invitó a Tenerife a Bill Clinton, considerado el líder global más influyente tras su paso por la Casa Blanca (según Time y, ese mismo año, Esquire). Cuando fue agasajado en la isla y dos parejas de niños ataviados con trajes típicos le regalaron un timple, hacía cuatro años que había dejado de ejercer el poder de la mayor potencia del planeta. Hasta 2001 fue el amo del mundo, lo más aproximado a lo que Fidel denominaba el presidente mundial. Eran amigos en la sombra. El caso de Stephen Hawking es paralelo en la cumbre de la ciencia. Si hubiera que elegir al científico vivo más célebre y convincente del mundo, el cosmólogo británico sería el máximo candidato a optar a ese rol. Hawking es cierto que debe, en gran parte, su alto grado de conocimiento público a su entereza asombrosa pese a la enfermedad que lo condena a vivir en una silla de ruedas, la esclerosis lateral amiotrófica que padece desde los 21 años y que debió causarle la muerte hace más de medio siglo, según los médicos, como si todo este largo período de supervivencia hubiera sido un singularidad espacio temporal, en su terminología favorita. Las manos de Hawking y Clinton son casi ingrávidas. Una vez conté que al saludar al expresidente de los Estados Unidos sentí que estrechaba una mano fláccida, de algodón, que era la misma que había sido, sin embargo, la mano poderosa que movió los hilos del mundo entre 1993 y 2001. Esa fue una época candente de guerras afganas que alumbraron el fenómeno talibán y el fundamentalismo yihadista; y de la guerra de Bosnia; y de los fallidos acuerdos de paz en Oriente Próximo; y de la expansión de la era digital (potenció por primera vez los ordenadores en red en hogares, hospitales y empresas), pese a declararse un analfabeto del lenguaje online. La diestra de Clinton también tuvo, entre sus atribuciones, la posibilidad de pulsar el botón nuclear, como estuvo a punto de hacer Kennedy en la ‘crisis de los misiles’. Y, sin embargo, era suave y esponjosa como la de un niño. Las manos de Stephen Hawking permanecen inmóviles, cruzadas habitualmente sobre sus piernas, pero ello no impide que a veces la gente las tome entre las suyas para estrechárselas. Mientras Clinton gobernaba, Hawking desempeñaba su Cátedra Lucasiana en Cambridge en la silla de Newton, el padre de la Física, y escribió libros sobre los agujeros negros y la teoría del todo, que da título a la película de su primera etapa conyugal. Ya era un icono mediático, tras el éxito universal de su best seller Breve historia del tiempo, que, a finales de los 80, nos aficionó a la astrofísica como en aquella serie televisiva de la década, a cargo de Carl Sagan, Cosmos. Dos amigos, Clinton y Hawking, van a coincidir en julio en Tenerife, como anunciaba ayer en DIARIO DE AVISOS el presidente del Cabildo insular, Carlos Alonso. Hay una clintonmanía como hay una hawkingmanía entre sus fans y seguidores. Ambos comparten la condición de embajadores de causas de gran eco social. Clinton viaja a África con frecuencia para paliar el sida y la pobreza a través de su Fundación, y Hawking recorre universidades dando conferencias para mentalizar a su público de que, tarde o temprano, habrá que mudarse de la Tierra a otro planeta, porque este va quedando obsoleto. Cuando Clinton paseaba por la Plaza del Charco del Puerto de la Cruz en 2005 no sabría que en los años 30 Bertrand Russell postulaba en esa misma ciudad, ante sus anfitriones de Gaceta de Arte, que se hiciera un centro de invierno para sabios nacionales y extranjeros que acudieran a pensar y crear a un retiro dialógico. Esa idea -que figura entre las cien sugerencias visionarias del concurso celebrado por el Cabildo- parece pedir paso en estas circunstancias, avalada por el hecho de que el clima de Tenerife restablece la delicada salud de Hawking, compatriota del filósofo -Nobel de Literatura- autor de La conquista de la felicidad. Como adelantó el pasado día 15 este periódico, el científico, que recibirá un homenaje en el Festival Starmus en junio y julio, baraja pasar los inviernos viviendo entre nosotros. La inminente residencia temporal en Tenerife de este teórico del Big Bang y los agujeros negros, en la isla del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), despierta ya todas las expectativas, como me transmitió Garik Israelian, investigador del IAC y artífice de las dos visitas que nos ha hecho Hawking. Clinton y Hawking, dos amigos casi coetáneos, se darán la mano en Tenerife, compartirán sueños y sembrarán, a buen seguro, ese domicilio de pensadores y artistas de relieve. Algunas de estas figuras necesitan un cobijo para escribir sus memorias, como hacía Mijail Gorbachov cuando lo entrevistamos en Lanzarote. Hawking acababa de sacar en España las suyas, Breve historia de mi vida, cuando vino por primera vez. Clinton, “el primer presidente negro de los Estados Unidos”, como lo llamó la escritora Toni Morrison, publicó Mi vida, meses antes del viaje a Tenerife, donde cuenta que de niño vivía en un barrio afroamericano donde él era el único blanco. A veces la isla tiene un imán para atraer a personajes de la historia viva. Sucedía en los años 30 y ahora, de cuando en cuando. Es una buena señal.