avisos políticos

Crisis, torpezas y viento

En el Partido Popular y sus aledaños hace tiempo que impera un nerviosismo que se ha ido convirtiendo poco a poco en una honda preocupación. Porque cada vez se hace más evidente, vía encuestas y sondeos, que en las elecciones generales del próximo diciembre perderán la mayoría absoluta, y que, en el mejor de los casos, van a obtener una victoria pírrica que no les permitirá repetir Gobierno en solitario. Todo lo que sea superar los 140 escaños sería un éxito inesperado, y hasta puede que esa cifra se convierta en un techo inalcanzable. En esas circunstancias, descartados los nacionalistas periféricos de centro derecha que en alguna ocasión en el pasado facilitaron alguna investidura, el único aliado posible sería Ciudadanos. La formación emergente podría moverse en torno a los 30 escaños, pero no es probable que los ponga a disposición de Mariano Rajoy. Y no es probable porque un sector importante de sus votantes procede precisamente de los populares, son votantes desencantados del déficit de liderazgo del presidente del Gobierno; de sus eternas indefiniciones y pasividades; de sus claudicaciones en Cataluña. Y, claro, si comprueban que, al final, sus votos van a permitirle continuar con la historia de siempre de la recuperación económica, abandonarán también a Albert Rivera y buscarán otros proyectos y otras siglas.

El origen mayoritariamente popular de sus votos explica la política de pactos de Ciudadanos, que apoya desde el socialismo de Susana Díaz en Andalucía hasta el huero populismo de Miguel Ángel Revilla en Cantabria. Su aliado natural en diciembre sería el Partido Socialista, pero el problema consiste en que los escaños de ambos no serían suficientes: los socialistas se van a mover presumiblemente en torno a los 115 escaños, como su mejor resultado. Planteadas así las cosas, el fantasma de una coalición de extrema izquierda con los antisistema ronda la escena política española. Y con el partido de Pedro Sánchez es más que imaginable. En su obsesión por derrotar a los populares, no ha dudado en apoyar a los populismos más extremos y en renunciar a su carácter vertebrador y moderado, ofreciendo como única propuesta de futuro para este país el humo tramposo de una reforma constitucional no diseñada ni explicada hacia un federalismo que ya existe. Un viaje hacia ninguna parte que no resuelve nada ni aporta nada a la política española.

Desde su fundación, el Partido Socialista ha albergado en su seno a dos fracciones opuestas: a una fracción socialdemócrata equiparable al laborismo británico o a la socialdemocracia alemana, (que gobierna en coalición con Angela Merkel, no lo olvidemos) y a una fracción revolucionaria, muy cercana a lo que, en su momento, fueron los diversos comunismos europeos. El Partido Socialista ha albergado en su seno, para entendernos, a Indalecio Prieto y a Largo Caballero. Y Pedro Sánchez, igual que Rodríguez Zapatero, parece encontrase más cerca del segundo que del primero, y más cómodo en su compañía.

El miércoles pasado, por una no habitual coincidencia fortuita, se produjeron casi simultáneamente tres acontecimientos que evidencian el proceso desde la preocupación y el nerviosismo hasta la crisis y la fractura interna que está experimentando el Partido Popular. A dos meses de las elecciones no son tiempos para la lírica, y no parece el momento más adecuado para que los populares diriman sus pleitos ante la opinión pública. Pero así están las cosas y estas cosas pasan cuando una formación política carece de un liderazgo creíble. El primero de tales acontecimientos fue la dimisión de Arantza Quiroga como presidenta del partido en el País Vasco. El segundo, el artículo publicado en El Mundo por la diputada Cayetana Álvarez de Toledo, en el que renuncia a figurar en las próximas listas electorales del partido. Y el tercero, las sorprendentes declaraciones del ministro Cristóbal Montoro, también, cómo no, en El Mundo.

La renuncia de Arantza Quiroga era totalmente previsible, tras ser desautorizada por la dirección nacional popular una moción suya en el Parlamento vasco sobre convivencia en Euskadi. En la moción, que se vio obligada a retirar, intentaba una aproximación a la izquierda abertzale y no incluía una condena expresa a ETA. El Partido Popular vasco entró en una profunda crisis después de las elecciones autonómicas de 2012, en las que logró 130.000 votos y nueve escaños, lo que le supuso perder más de la mitad del apoyo electoral que había alcanzado en 2001, con Mayor Oreja de candidato y en plena ofensiva de ETA. Se ha convertido en un reino de taifas, con abiertas rivalidades entre las tres direcciones de los Territorios Históricos y sin una línea política definida. Al final, Quiroga, que había iniciado un acercamiento sin éxito al PNV, se quedó en tierra de nadie.

En su entrevista en El Mundo, Montoro reivindica la ejecutoria de Mariano Rajoy y su buena gestión económica (y, de paso, la suya propia), por un lado, y, por otro, ataca con dureza a Aznar y a Rato, y critica a su compañero de Gobierno García-Margallo y a los jóvenes colaboradores de Rajoy, a los que se refiere sin nombrarlos. Días después, sin retractarse, ha calificado irónicamente de “torpeza” sus palabras, de las que ha dicho que, a veces, “se las lleva el viento”. Por ese camino, lo que se va a llevar el viento son los votos del Partido Popular.