tribuna

Don Blas

Hace muy pocos días, en la entrega de los Premios Princesa de Asturias, Felipe VI
-en un discurso impecable de forma y fondo- citó a uno de los premiados, Emilio Lledó -muchos años vinculado a la Universidad de La Laguna- por su afirmación de que “vivimos de la memoria” para, en otro momento, parafrasearla, añadiendo que además de la memoria vivimos del futuro. Y, desde aquí, quiero dejar claro -y cada vez más, con los años que he ido sumando- que siempre he tratado de vivir con la memoria proyectada hacia el futuro, sin usarla torticeramente ni caer en la utopía.

Procedo de una familia a la que la contienda incivil de 1936 afectó, como a tantas más, de una manera dolorosa y tuve dos parientes cercanos en el campo de exterminio de Mathausen, donde uno fue eliminado y otro sobrevivió, dejando un libro relatando un pasado que no quería que se volviera a repetir. Y acabo de leer un artículo -El Diario de Tenerife.com de 22 de octubre- firmado por Alfonso López Torres, sobrino nieto de don Pelayo López y Martín-Romero -el primer palmero con título de arquitecto-, casado con una hermana de don Blas, como habitualmente lo conocíamos o se nombraba en La Palma, a quien me unió una especial vinculación, cuando jubilado, me brindó una especial ayuda. Con su mediación y por motivos profesionales tuve ocasión de conocer en su casa, ya también jubilado, a don Blas Pérez González y como Alfonso en su relato me esfuerzo en ser objetivo en este mío. De mi conocimiento personal, en una conversación que iba a ser de una media hora y que se prolongó durante dos, saqué la conclusión de que era un hombre fuera de lo común y lejano del Blas Himler con el que los estudiantes de Madrid, coetáneos míos, en los choques callejeros de 1955, quisieron etiquetarle. Su agudeza mental y su memoria me impresionaron y disolvieron algunas de las percepciones que yo también tenía.

No voy a insistir en lo que ha dicho López Torres, pero no se concluyen los estudios universitarios -iniciados en La Laguna- en la entonces Universidad Central de Madrid con premios extraordinarios en la licenciatura y el doctorado sin demostrar excelencia -sobre todo en aquellos años de exigencia máxima-, ni se gana -como ganó- la cátedra de Derecho Civil en la Universidad de Barcelona en 1927. Ni tampoco se llega gratuitamente al decanato de la Facultad de Derecho por libre elección de sus compañeros en aquellos tiempos republicanos. La Guerra Civil -así la bautizaron- le cogió en aquella ciudad y, detenido en una checa, en 1937 le libraron de ser ejecutado algunos de sus alumnos que le llevaron a Francia, de donde pasó a la zona rebelde o nacional -según las fuentes- y donde le nombraron fiscal del Tribunal Supremo en 1938 y ministro de la Gobernación en 1942, cargo que ejerció hasta 1957 y desde el que siendo un civilista de primera fila contribuyó a desarrollar un orden jurídico para el nuevo régimen, con distintas valoraciones para unos y para otros, sin que pueda excluirse su esfuerzo del contexto temporal europeo en que tuvo lugar. Para algunos fue un ministro duro y para otros blando, especialmente para Carrero Blanco y muchos falangistas que le recriminaban un posicionamiento que consideraban aperturista.

No voy a entrar en disquisiciones dialécticas ni a darle la razón a quienes le consideraron un represor ni a quienes valoraron su ecuanimidad. Sólo voy a decir lo que dijo Ortega de yo soy yo y mi circunstancia, que, para muchos, sería más exacto si se cambiara el orden: yo soy mi circunstancia y yo. Y que a mucha distancia temporal e intelectual, el mismísimo Zapatero, cuando devino en el galáctico ZP, tradujo en un yo no he cambiado, han cambiado las circunstancias.

Participé en la Transición democrática de 1978 de la mano de Adolfo Suárez y José Miguel Galván, cuando todos los que nos comprometimos en distintas opciones íbamos a dar y no a pedir, apoyándonos en la memoria para no reincidir en lo que no queríamos que se pudiera repetir en el futuro. Y quiero recordar que, como responsable político de UCD en la provincia, aprobé la abstención de los concejales de mi partido para facilitar que fuera alcalde de Santa Cruz de la Palma Antonio Sanjuán, compañero de bachillerato, amigo y de probada excelencia, lo que me valió la recriminación de la derecha rancia. Y lamento decir que quienes, en La Palma, han presentado la moción para solicitar de la Autoridad Portuaria la retirada del busto de don Blas -bastante modesto, por cierto- ignoran o quieren ignorar una realidad: que no ha habido ni habrá conflicto civil violento en el que no pierdan todos los involucrados en uno u otro bando y que, en el lamentable caso nuestro, se puede hablar de represión de los vencedores a los vencidos, como ha sido siempre y en cualquier tiempo o latitud, cosa que denuncié públicamente en momentos que comportaban un riesgo que hoy no tienen los que se dicen políticos y aquí y ahora gozan de una libertad que trajimos los de mi generación y silencian que la represión no hubiera sido menor si los vencedores de entonces hubiesen sido los vencidos y los vencidos los vencedores.

Utilizar sesgadamente la memoria por no tener nada que ofrecer para el futuro es impropio de quienes se autocalifican de progresistas y acaban siendo retrógrados. Y más todavía cuando tratan de borrar de su memoria personal cosas que, mal que les pese, subsisten en la memoria colectiva de muchos palmeros: la ayuda a los damnificados por el volcán de San Juan; la construcción en años de penuria del Asilo de Ancianos de la Encarnación, que acabó cerrado por falta de medios; y si no me equivoco, una contribución para terminar la avenida Marítima, además de muchas ayudas personales a muchos paisanos que la necesitaban. ¿Pueden decir lo mismo los que ahora dicen que trabajan para el pueblo y no hacen nada que alivie sus penurias o resuelva sus problemas? ¿Buscan algo distinto que titulares para justificar una remuneración? ¿Han olvidado que la mejor política social es la creación de empleo?

Nunca nadie puede tener toda la razón, pero no es justo ni aceptable que se someta a la ciudadanía a una continua revisión del pasado cuando la crisis política, económica y social que vivimos exige una atención al presente y una mirada al futuro con más determinación y menos ocurrencias.
Hay que ofrecer soluciones constructivas, porque nada válido se puede edificar sobre ofertas incumplibles o disquisiciones estériles.