tribuna villera

Estuve en Las Batuecas

Estar había estado en Las Batuecas, pero no como en este otoño singular. Regresábamos de Portugal y no podía faltar la visita a Salamanca, a la Castilla profunda, a la vieja Hispania. Como en otras ocasiones, iba bien acompañado de expertos salmantinos que se empeñaron en llevarnos de nuevo al Parque Natural de Las Batuecas-Sierra de Francia, una auténtica colección de valles, joyas de la naturaleza. Un territorio sito al sur de la provincia salmantina, con más de 30.000 hectáreas de superficie, conformado por quince municipios liderados geográficamente por La Alberca, formando parte de las estribaciones occidentales de la Cordillera Central ibérica, y con una cota máxima de 1.735 metros. A caballo de dos cuencas hidrográficas cuyos ríos se reparten entre la cuenca del Duero y del Tajo. Es decir entre ríos. Al clima y al suelo se les notaba la influencia mediterránea y atlántica. Se reflejaba en la gran diversidad de los recursos naturales, en la flora y en la fauna, donde abundan aves, reptiles y mamíferos. En la vegetación me llamó la atención el encinar del valle de Las Batuecas, así como otros bosques de robles y castaños con los toques de distinción vegetal que aportaban los madroños además de los sistemas agrarios de cerezos, viñedos y olivares. Encontramos una vez más una gran riqueza cultural con un notable patrimonio histórico artístico donde hay pinturas rupestres, restos de obras romanas, ermitas y monasterios, en Las Batuecas y en la Sierra de Francia principalmente, y una muestra de infraestructuras relacionadas con la cultura del agua. Sobresaliente el patrimonio sociocultural de la comarca en el que destacan, como conjunto histórico artístico, los pueblos de La Alberca, Miranda del Castañar, Mogarraz y San Martín del Castañar por diferentes razones, relacionadas todas ellas con una arquitectura tradicional exclusiva, rica, variada donde no faltan el sonido de las aguas o de las campanas de la iglesia o de las ánimas de personas que desde tiempos inmemoriales habitaron la zona conformando entonces una multiculturalidad tremenda entre cristianos, árabes y judíos. Las tradiciones son centenarias y se mantienen en los festejos con un folclore, una gastronomía y una artesanía significativa donde sobresalen los bordados, la orfebrería y la cestería. Cuando subimos al pico de la Sierra de Francia, desde donde se contempla el Parque Natural en 360 grados, me acordé del Puerto de la Cruz, de Tenerife, al leer en una pared de la iglesia: “En la Virgen de la Peña de Francia está la esperanza”.