chasogo

Guardaz – Por Luis Espinosa García*

Descubrí, me enseñaron, el barranco de Guardaz un poco tarde pues ya llevaba pateando la isla algo más de siete décadas y subir de Afur a Casa Carlos tiene su dificultad. En aquella ocasión, uno de los compañeros de viaje sufrió un pequeño desfallecimiento y nuestro guía, algo guasón, comentó: “Pues se me acabaron las cruces?”. “¿Qué cruces?”, pregunté inocentemente. “Es que cada vez que subo este barranco a alguno de los compañeros le da un patatús y voy marcando con crucecitas blancas esos lugares…”.

He vuelto y he investigado un poco. No hace falta salir de Afur, se puede tomar la salida desde Taborno, llegar al Frontón y desde allí, tras un pequeño descenso, trepar ya barranco arriba. Y también desde El Frontón sube un camino a Casa Carlos o… En fin, Anaga es así señores. Existen senderos para todos los gustos y colores.

El barranco de Guardaz es polícromo. Destaca el verde, sí, pero el resto del arco iris ha pasado por aquellos lares y ha dejado su firma y, mientras los senderistas suben el Lomo de la Sabina, contemplan el Barranco del Agua (¿o es el de La Madre del Agua?). El guía duda. Es natural, en la isla se repiten una y otra vez los topónimos. Creo recordar unos cuatro barrancos del Agua o de la Madre del Agua… Qué más da. Todos tienen su encanto.

Contaré una anécdota por alusión a la similitud de nombres en la geografía isleña. Nuestro grupo, al terminar las caminatas se ponía de acuerdo para decidir cuál sería la siguiente y dónde estaría el punto de encuentro. Venía un peninsular con nosotros que apuntó: “El próximo día en Las Lagunetas a las ocho y media”… Llegado ese día esperamos y esperamos a nuestro compañero en Las Lagunetas de La Esperanza, kilómetro 16 de la carretera a Las Cañadas. Pero no apareció. Bueno, sí apareció, a las tres de la tarde, cuando ya nos encaminábamos a subir a los coches para el regreso a casa. Había mirado en internet y lo primero que vio fue: Las Lagunetas, barrio de El Palmar, en Buenavista… Y por allí nos buscó, inútilmente, claro está. Volvamos a Guardaz y a nuestro dubitativo guía. Que también duda al comentar que esta otra veredilla es la de Taravela (¿no será Talavera?). Insisto en que el nombre es lo de menos, pues todos son intrincados, todos son verdes, todos suben o bajan, y todos tienen más vueltas y revueltas que un tío vivo.

El sendero de este barranco, tras una primera parte sin gran interés, se convierte, la mayoría del tiempo, en un paseo por un túnel verde. Cuando empieza la subida, la subida de verdad, se puede apreciar en el fondo del cauce un boliche, canica, diría un peninsular), un balón gigante, tal vez una bomba volcánica, que no sabemos de dónde vino. Y luego un “verde que te quiero verde” que ya le gustaría a D. Federico. Y, cómo no, una vereda de curvilíneos trazos que asciende lenta, adrede, para que los caminantes podamos disfrutar más tiempo del ambiente que nos rodea.

Los cerca de 700 metros de desnivel se agotan. El tiempo se agota también y los viajeros llegan agotadísimos a la carretera asfaltada junto al guachinche de Casa Carlos.
¡Qué barranco más bonito! Anaga, merece la pena que nos hagas sudar.

*Médico y montañero