No caben dudas de que el Gobierno venezolano respondió y responde al rumbo político que le marca la Cuba castrista, pues ahora, tras el acercamiento entre esta última y Estados Unidos, se han producido ¿milagrosas? conversiones en el chavismo. La primera, el reanudar negociaciones con Estados Unidos, tras la ruptura de relaciones diplomáticas con este, su principal comprador de petróleo, decidida por un extinto Hugo Chávez que acusaba a todo estadounidense de golpista y potencial magnicida aliado a fuerzas internas. La segunda, pese a los esfuerzos de Ecuador y Uruguay, es el cambio de actitud momentánea con Colombia, aceptando trabajar bilateralmente ante males que asolan la frontera común, que solo logró hacerle comprender Cuba pues Venezuela, siendo mediador de los Acuerdos de Paz con las FARC, estaba haciendo el ridículo. Pero, con una oposición interna atemorizada tras el ejemplar castigo a Leopoldo López respaldado por gobernantes latinoamericanos “progresistas”, mas un Henrique Capriles conciliador, Maduro ve inútil insistir con conspiraciones internas. Y si los genocidas Jorge Videla (Argentina) y Augusto Pinochet (Chile) encontraron en el Canal de Beagle una causa bélica para consolidarse socialmente, Maduro la encuentra ahora en Esequibo, zona en disputa con Guyana, tras el error de esta última al realizar prospecciones petrolíferas. Maduro no invadirá Guyana, pero exagera para mantener movilizados a sus militantes, desoyendo el acertado diagnóstico del presidente del Parlamento Latinoamericano, Ángel Rodríguez, quien acusa a la petrolífera Exxon Mobil del conflicto por necesidades propias y de grandes potencias, e inclusive de promover la primera guerra de Irak tras la invasión a Kuwait. Por tanto, si el presidente venezolano atacara Guyana, esta recibiría idéntico apoyo que Kuwait, con igual desenlace que el sufrido por Irak, por lo que solo amontonará tropas en la frontera buscando apoyo electoral. Guyana puede dormir tranquila.
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