soliloquio

‘In memoriam’. Querido abuelo putativo

Carlos Pinto Grote, siempre que paseo por tu camino largo escucho tu amplia voz. Ayer las palmeras que desfilan me recordaron que el sábado cumpliste años. No seré de aquellos que inventen presencias y encuentros que no existieron, algunas de estas invenciones me aclaraste y de la alegría de sus creadores. Siempre que me desvelabas algunos de tus secretos lo hacías acompañado por tu pícara sonrisa, por cierto única, y por un entrecerrar los ojos que te daba un aire de sabio pillo.

Tuve la suerte de conocerte con motivo de la presentación de una bella exposición en aquella maravillosa y viva sala del Colegio de Arquitectos en la Rambla, que lo fue y volverá a serlo. Una bella exposición de Schwartz que mezclaba una foto “paseable” de la biblioteca de Pérez Minik con textos de Borges, la considero una de mis muestras más queridas.

Compartir contigo por primera vez una presentación me imponía, digamos respeto; a tu voz, a tu aura, a tu persona… Recuerdo que subí a mi despacho tras visitar a solas la sala contemplando lo que aún no era público, estuve media hora contemplando las plantas de las jardineras, hoy marchitas y tristes de dejadez. Pensé presentar la exposición con una sola idea que me había impactado, en aquella foto se podía entrar y caminar. Bajé a recibirlos, ni que decir tiene que a tu amada Delia y a ti, nos saludamos y mientras yo esperaba el momento de la presentación, tú no parabas de saludar a diestro y siniestro. Ella a tu lado, vigilando con orgullo tus pasos, apuntándote todo lo que consideraba oportuno, dos personas en una curiosa sintonía; complementarias y a la vez simétricas. Se gustaban como eran.

Su gran amor Delia, inseparables, alegres, ella una dama, él un coqueto perdido entre sus colonias, sus afeites y sus miles de detalles. La maleta de cuero y remaches del mismo material para una pareja viajera era digna de ver. Fue lo primero que me mostró cuando los acompañé a su vagón de primera clase rumbo a Lugano a presentar un libro en el que escribíamos. ¡Te lo pasaste poco bien!

Como alguna vez dijiste: “La muerte es una experiencia única, así eras tú, real como la vida misma”.
Tras noventa y un años viviendo te fuiste al Mar de Las Calmas; un señor escéptico, independiente y optimista, que pone en boca de su personaje principal: “Nunca escribiré otra cosa que no sea yo mismo, tal vez sea la única forma de perdonarme de tal modo que repudio los consejos que me conducen a lugares de desafección y creo otros limpios, tersos, claros, inútiles, donde pueda existir el tiempo que me queda en la paz serena de mi mentira lo único que por ahora soporto y la única verdad que puedo ofrecerme”. Te seguiré viviendo siempre.