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Pedro Fausto

Acaso por primera vez fuera de los deberes didácticos, que siguió con solvencia y disciplina, Pedro Fausto entró en el complejo idilio entre el arte y la piel y los resultados, como en sus etapas anteriores, despejaron todas las dudas. La pintura, con mayúsculas, da salidas a las trampas de la sensualidad y el erotismo al servicio de la moda, a las mañas que van desde las composiciones inducidas a las variadas ayudas de la tecnología digital. Las propuestas de este plástico -intérprete de una nueva realidad que da cancha a la ideología y al misterio- tienen tanta jerarquía en los cuerpos desnudos como en las atemporales estampas infantiles con las que ganó nombre y peldaño dentro del arte en Canarias; o las formulaciones cubistas, tocadas de extraño lirismo, con las que resolvió los caseríos del noroeste; o los bodegones severos, reducciones a espátula de las dietas campesinas y frailunas. En la madurez conceptual que se corresponde con la evolución del hombre culto y el creador decente, en la confirmación de la excelencia técnica que anticipó en su juventud, nos complace reencontrarnos en su estudio de Tijarafe con tablas y telas impregnadas de un aliento fresco y alegre, a cuyo servicio puso toda su sapiencia; mujeres de distinguida cotidianidad, ajenas a cualquier pulsión sensual o ardid de picardía, pero tratadas con todas las reglas -proporción, simetría, naturalidad, aplomo- que, desde el helenismo, llegaron a nosotros.

Las modelos y las composiciones de esta hora -que revelan calidades de dibujo e iluminación notables- tienen su virtud cardinal en el olvido de la imitación de los físicos y el impulso hacia ideales que, por encima de la belleza, son trascendentes. De manera leve y sutil -porque el arte siempre es sugestión y nunca dogma, peso o medida- está el compromiso de respeto hacia los derechos sociales que las mujeres reivindican frente al uso y abuso de las anatomías femeninas como instrumentos de propaganda y venta en la sociedad impuesta por el rey mercado y su siervo el consumo.

Frente a la sucesión de cánones, desde el manierismo la voluntad del movimiento -o sea, de la vida- alentó el argumento corporal, a veces con tanto efectismo y exceso que desfiguró el propósito. Otro de los aciertos de Pedro Fausto en sus últimas composiciones está en el reconocimiento de la importancia del gesto y, a la vez, en la mesura con la que lo sugiere para insinuar, nunca enfatizar, algún interés ético o alguna circunstancia formal del asunto.