después del paréntesis

La religión

Es difícil imaginar un debate en EE.UU., pongo por caso, sobre la presencia en la escuela de una asignatura sobre una religión concreta, evangelista o católica. Por eso la cuestión que se repite aquí es abyecta: ocurre lo que ocurre, frente a todos los países de nuestro contexto cultural o económico, porque en España la religión católica es uno de los andamiajes de la historia, los españoles somos el reducto nacional del catolicismo y como tal hemos de manifestarnos. Y uno se pregunta: ¿es asumible aceptar como cierta semejante insensatez? Por lo comprobado respecto a otros modelos, no. Si cito a EE.UU. es porque cuenta con la democracia mas vieja de Occidente, y nada que objetar de la Gran Bretaña, Alemania, Francia, Suecia, Finlandia, Dinamarca o Noruega. Ahí priman, y por ello, los derechos privativos y el respeto institucional. Y la pregunta, ¿son menos religiosos los estadounidenses o noruegos que los españoles?

¿Por qué un modo de proceder tan extraño se repite aquí, modo que afecta a la posición de un país en su entorno?

No es por lo anteriormente mentado -discurso oficial-; es porque la sombra de Franco aún se arrastra por estos lodos y la condición de Iglesia en España decide más de lo que debiera decidir. Una Iglesia de ese calado empuja al Estado al fundamentalismo (cosa que no atajó la izquierda en su momento). Luego, impone. Incluso en decisiones del mero marco particular, como ocurrió con el vil juego del PP sobre el aborto o con la reforma política, ideológica de la enseñanza por Wert.

Esta historia cumple con semejantes remiendos. Ni más ni menos ni menos ni más. Y nos pone sobre la senda de la infausta y espantosa senda del absolutismo. En España no se discute que se deba ajustar la cualidad religiosa o practicante de los españoles; lo que aquí se denuncia es la libertad, el compromiso y la responsabilidad religiosa. Que el Estado sancione, en connivencia con la Iglesia impositiva, una actuación tal en la enseñanza es pavoroso. La relación directa con Dios surge de la conciencia de cada individuo y de la incuestionable disposición de cada individuo. De manera que cuando hablamos de Estado laico hablamos de la confirmación íntima y competente de cada persona. De donde, ni lo uno ni su contrario: que el Estado dicho pretenda hacer por decreto ateos a todos los contribuyentes.

Lo hiriente de este proceder es que lo propio y lo público se confunden, cosa discordante en democracias avanzadas. El Estado se aviene a imputar como universal un asunto del marco exclusivo de la Iglesia, que puede proclamar escuelas de ese tipo para quienes las quieran pagar o defender en confesión, no en el convenio general y público. Por eso es posible que los ciudadanos se revuelvan y confirmen: una Iglesia que procede por exclusión, por sexismo, por marcas de clase o por rémoras contra-constitucionales, como podemos leer en las cláusulas del Concordato con la Santa Sede.
Lo que descubrimos por semejante imposición no es especialidad alguna; lo que descubrimos, por la irracional, controvertida y a veces abyecta derecha española, es a un país extremo, irresoluto, confuso y casi irreal.