tribuna

Remembranzas periodísticas

Desde el decano de la prensa de Canarias me piden que mi comentario dominical lo dedique hoy al diario del que durante 31 años fui director, a partir del 6 de junio de 1976 y hasta el 31 de julio de 2007. Más que un artículo de opinión, inevitablemente limitado por razones de espacio, podría hacerse un macrorreportaje, un estudio más o menos detallado de su recorrido histórico e incluso una tesis doctoral, pues para todo ello ofrece sustancia investigadora la vida de uno de los periódicos más antiguos de España. Voy a centrarme más en algunos recuerdos y cuitas vividas que me vienen a la memoria -la trayectoria vital de la publicación ya se apunta en otro lugar- durante mi etapa en el periódico, por cuya dirección han pasado hasta hoy 17 personas, 10 de ellas de la propia isla. Entre los periodistas profesionales de la etapa palmera figuran Alfonso García-Ramos, que reestructuró y relanzó la publicación, y Gilberto Alemán, además del versátil Félix Poggio.

Cito este detalle de los directores porque, a mi modesto entender, son quienes reciben y transmiten, mediante su quehacer profesional, el espíritu, estilo, principios e ideas -en definitiva, las señas de identidad- de la publicación, con los matices propios de cada época, además de representarla ante las autoridades, los tribunales y la opinión pública; orientarla ideológicamente conforme a la línea marcada por la empresa, y determinar su contenido, las tres funciones clásicas del máximo responsable periodístico de cualquier publicación. Naturalmente, cuenta también, y mucho, a la hora de confeccionar un rotativo, la aportación, casi siempre callada y alejada de oropeles ocasionales, de cuantos directa o indirectamente contribuyen a ella: desde el operario más modesto al primer ejecutivo, pasando por una serie de empleados sin cuyo concurso no sería posible el milagro diario de fabricar un periódico, que necesita un ciclo de cuatro fases cooperadoras: escribir, editar, imprimir y vender.

De mi ejercicio profesional en el DIARIO guardo en el recuerdo cuatro momentos muy desgraciados, como, en primer término, el terrible incendio forestal gomero del 10 de septiembre de 1984, que acabó con la vida de 20 personas, entre ellas el gobernador civil Francisco Afonso, y el accidente de los Jumbo en Los Rodeos, el 27 de marzo de 1977, que ocasionó la mayor catástrofe de la aviación, con 583 muertos. Sobre el accidente de Los Rodeos nunca olvidaré el espantoso impacto visual que me produjo la tragedia y el progresivo olor a cadaverina que se extendió por hangares y dependencias cuando visité la zona con el enviado especial del Gobierno, el entonces secretario de Estado de Turismo Ignacio Aguirre. Otras noticias luctuosas se refieren a las muertes prematuras de Manolo Iglesias, Bernardo Morales y Natalia Cesteros, tres queridos compañeros que aportaron grandes cosas a la trayectoria del periódico, así como la de Pepe Fumero, personaje entrañable y divertido cuya familia apoyó con cariño y dedicación a la mía, tras nuestra llegada a la isla. Fumero, primer presidente de Canaria de Avisos, protagonizó un incidente cuando, en la entrega de los premios Famoso, dijo un discurso innecesariamente agresivo con los socialistas en un acto social que se celebraba en el hotel Mencey. Tuve que hacer denodados esfuerzos para que las autoridades que presidían el acto -entre ellas Saavedra, Eligio Hernández y Antonio Martinón, si no recuerdo mal- no abandonaran la sala. El periódico incluyó al día siguiente una nota de la Redacción criticando la actitud de su propio presidente y pidiendo disculpas por su grave desliz.

La huelga inoportuna
Otro incidente infausto fue la huelga inoportuna e ilegal -como así diría luego la magistratura del trabajo-, que se produjo tras medio año de que el periódico iniciara su andadura tinerfeña, en las dependencias de la calle de Santa Rosalía, 85. El conflicto se inició al no prorrogar la empresa, tras seis meses de prueba, el contrato de un compañero de Redacción, Quini, que se había convertido en líder y ejercía gran influencia sobre los demás. Paros y protestas de solidaridad de buena parte del personal dieron al traste con la expansión del periódico, que ya había tomado vuelo y sufrió un duro golpe en sus ventas. La larga duración del conflicto y la sensibilidad sindical y política de aquel tiempo, coreada por El Día hasta extremos inaceptables que invitaban al boicot, creó un mal ambiente en la calle contra el decano, que no obstante resistió y estuvo publicándose -con la inestimable ayuda de un puñado de voluntarios- durante más de un mes con escaso número de páginas, hasta que finalmente las aguas volvieron a su cauce; pero las circunstancias influyeron en la ralentización de desarrollo del rotativo.

Casi coincidiendo con este conflicto, recibí una llamada telefónica de una persona que se identificó como representante del MPAIAC. Tras relatarme detalles y circunstancias de mi mujer e hijos, incluso horarios míos y de ellos, matrícula del coche que usábamos, domicilio común, etc., me dio dos días de plazo para que abandonara Tenerife y me fuera a Godilandia. No quise denunciar el caso ni decírselo a mi familia y me limité a contárselo a Andrés Chaves, entonces redactor jefe, quien con buen criterio llamó al jefe superior de Policía y le puso en antecedentes de lo que pasaba. La cuestión es que, sin yo saberlo, me asignaron un policía para que vigilara mis pasos. El hombre no hacía bien su trabajo y una madrugada, alertado como estaba, observé que alguien me seguía por la calle José Naveiras, cuando me dirigía a mi casa, situada en Enrique Wolfson. Decidí armarme de valor y al volver hacia mi calle, tras pasar delante del hotel Mencey, me escondí en el primer zaguán que encontré. Al pasar el individuo que me seguía, me abalancé sobre él y, no sé cómo, le arrojé al suelo, lo sujeté como pude y le pregunté: “¿Por qué me sigues, so c…?”. El pobre hombre parecía tener más miedo que yo y apenas balbuceó: “Mira, oye, que soy policía y estoy vigilándote”. Luego aclaramos todo y al día siguiente pedí al jefe de Policía que se olvidara de mí, como así creo que hizo porque no volví a detectar ningún movimiento extraño. Llamé también a Cubillo para reprocharle las amenazas y Antonio, que me respetó y hasta me regaló varios legajos sobre el apellido Cabeza de Vaca y su histórica relación con Canarias, negó rotundamente que hubiera llamado a nadie para que me amenazara. “Eso es cosa de algún mal nacido que no te quiere bien, pero no del MPAIAC. Te doy mi palabra”, me dijo. Le creí. Y desde entonces, aunque situado en sus antípodas políticas, nos apreciamos, participamos en varios debates públicos y hasta su muerte hablábamos ocasionalmente.

De la llegada de los socialistas al poder en 1982 y más tarde al Gobierno de Canarias de la mano de Saavedra, guardo gratos recuerdos y buenas relaciones personales, aun cuando más de un consejero del DIARIO me veía en aquel tiempo, muy equivocadamente claro está, como una especie de discípulo de Tierno Galván, a quien conocí en persona y admiraba por su integridad moral y principios éticos. El propio Saavedra había propiciado la elección de Alfonso Soriano -y éste, en un ejemplo de dignidad y modestia, utilizaba luego su viejo Volkswagen a falta de coche oficial- como presidente de la Junta de Canarias, en uno de los episodios más bochornosos que he conocido en mi vida, por el empeño de Adolfo Suárez en apoyar al candidato oficial, Bravo de Laguna. Saavedra perdió el Gobierno del llamado Pacto de Progreso en junio del 83 tras empeñarse en cumplir el programa que le impusieron el PCE, el PRC y AM en materia de aguas y relaciones con el entonces llamado Mercado Común Europeo, hoy UE. También fue desalojado del Ejecutivo autonómico en 1993, tras una moción de censura de su propio vicepresidente, Manuel Hermoso. Cosas de la política canaria… como la cuestión de confianza que presentó sin consultar a sus socios Fernando Fernández y que le costó el puesto y su sustitución por su entonces compañero de partido, Lorenzo Olarte, en diciembre del 88. Algo que le anticipamos Olga Carmona y yo mismo en un programa que compartimos en TVEC con el político palmero.

Precisamente, esa moción de censura la criticó con cierta contundencia el DIARIO por entender que el Gobierno ganaba credibilidad y estabilidad con el apoyo de 40 diputados, como reunían el PSOE y las AIC, en vez de con 31, que eran los que agrupaba el nacionalismo, con todas sus familias. En ese movimiento se había alumbrado una criatura llamada Coalición Canaria. Y a sus prebostes de entonces no les gustó mucho la toma de posición del periódico. Surgieron amenazas más o menos veladas, boicots, presiones de diverso tipo, retirada de fondos del Gobierno de la Caja Rural que entonces presidía Pedro Modesto Campos y hasta una generosa oferta para poner de patitas en la calle a mi humilde persona, como si yo, no la empresa, fuera responsable exclusivo de la línea editorial que tampoco gustaba. Tras unos meses muy duros, que me llevaron a poner mi puesto a disposición del consejo de administración para acabar con el enfrentamiento, los consejeros me honraron con su apoyo unánime y ratificación en el cargo.

Hostilidades
Debo decir que los buenos oficios de Antonio Castro y un almuerzo conmigo de Manuel Hermoso, Adán Martín y Paulino Rivero -Pedro Modesto no consideró oportuno asistir- puso fin a las hostilidades, despejó dudas y aclaró las cosas y las intenciones. Es curioso, pero a veces las personas públicas en las que uno más cree, o más estima, o trata con más frecuencia, hacen un mal uso del poder, no aceptan las críticas o lo hacen a regañadientes, y son las primeras en defraudar al confundir la amistad con la neutralidad e independencia profesional y el servicio a la verdad y a los lectores, que es el primer e inexcusable deber de cualquier periodista que se precie. En cualquier caso, todo está olvidado aunque sufrí muchos quebraderos de cabeza.

También me proporcionaron contrariedad unas cuantas visitas a los juzgados, la mayor parte de las veces por boberías -cartas polémicas, expresiones desafortunadas y poco más-, así como la publicación de una foto de Honorio Socas sentado en el banquillo de los acusados. Este gran constructor era accionista destacado del periódico y le faltó tiempo para pedir mi cabeza. Pedro Modesto me defendió y dijo que el director no podía anteponer los intereses de cada uno de sus ciento y pico accionistas a los de la propia publicación. “Si no te gusta, no es culpa del director; será cosa tuya. Y si no te parece bien, vende las acciones. Yo mismo estoy dispuesto a comprártelas”, le dijo telefónicamente delante de mí el entonces presidente del DIARIO.

El 23-F
El intento de golpe de Estado del ex teniente coronel Tejero me cogió en Madrid, donde había acudido para asistir a una comida-queimada de directores de periódicos con Manuel Fraga, entonces líder de Alianza Popular. El político gallego fue quien, a los postres de la cena que celebramos dos días después, habló, sin citarlo, de Alfonso Armada como elefante blanco, personaje que nunca existió pero que se dijo era esperado en el Congreso para ponerse al frente de la asonada militar. Así lo publicó el DIARIO después de que hablase yo con Andrés Chaves, que en mi ausencia se quedó al frente del rotativo, y le remitiera una crónica de urgencia ya de madrugada. Este periódico también publicó, lo mismo que otros tres nacionales (El País, Diario16 y El Periódico de Catalunya), un editorial de condena del intento golpista en cuya redacción básica inicial intervino el propio Chaves con las ideas que convinimos telefónicamente.

Debo decir que la empresa no se arrugó ante la situación y decidió apostar abiertamente por la legalidad constitucional, como ha hecho siempre en su segunda etapa tinerfeña, al entender que su papel incluye el de servir a la sociedad proporcionando una exposición exacta de los conflictos de ideas e intereses y concentrando su atención -a modo de perro guardián- en los problemas, deficiencias, fracasos y amenazas de la sociedad en que vivimos.

Acabo aquí estas pinceladas, a las que podría añadir iniciativas, anécdotas y avatares de mis largos años de ejercicio profesional. El espacio no da para más. El periódico, que viene a ser como los ojos y oídos de la sociedad, seguirá contando lo que sucede y, como perro guardián, vigilará y denunciará, como hasta ahora, los abusos, las corrupciones y los desvíos del poder y, al tiempo, defenderá las libertades y los derechos de todos, pero en especial de los más desfavorecidos.

También estará a la altura de las circunstancias removiendo conciencias, manteniendo su independencia y siendo respetuoso con la ley y los principios éticos y deontológicos que exige, en definición clásica, eso de contar a la gente lo que le pasa a la gente.