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¿Se acabaron las aclamaciones?

1. A Ana Oramas y a Carlos Alonso no los eligieron por aclamación para la lista al Congreso. Arafo se abstuvo -ay- e Hilario R. y otro se pusieron en pie y dijeron que ya estaba bien de cargos vitalicios (Quiquiriquí lleva ocho años en el Congreso haciendo más bien poco). Es decir, que el sudor frío le subía y le bajaba al bueno de Clavijo, que no gana para sustos. La mochila se le ha puesto verde y está empezando a echar peta, que es el primer síntoma, para los políticos, de que los van a jubilar anticipadamente. ¿O es que ustedes no han visto las características de los jubiletas precoces?: ponerse chepudos y arrastrar los pies, como si estuvieran planchando el asfalto. Ya no hay aclamaciones como las de antes, las de Dimas, las de Honorio, las de Hermoso, que salían a hombros de cabestros subvencionados por la puerta grande del Parlamento de Canarias. Tiempos aquellos de los contubernios de Martín Paredes y de las encuestas de Fernando Muniesa. Cómo los echo de menos, Dios mío. Una vez, el marqués de La Oliva encargó una encuesta a Muniesa y le pidió que sondeara a todos los ciudadanos de su pueblo. ¡A todos!

2. No sabía el marqués que estaba haciendo historia porque una encuesta a todos los que van a votar es una encuesta plenamente segura. Y así fue. Tiempos en que Paredes pagaba a aquel periodista poco aseado -bueno, nunca hizo la carrera- con billetes de 2.000 pesetas, que traía en avión, en un saco. Me lo contaba él mismo, paz descanse. Cuando se acabó el combustible, el plumilla lo traicionó, como ha hecho con todos. Un día me animo y vuelvo con las memorias que tanto éxito tuvieron in illo tempore, cuando la política interesaba y no como ahora, que no interesa un carajo.

3. Se acabaron las aclamaciones; ahora se abstiene hasta Arafo, que siempre ha sido un pueblo musical y apacible, sobre todo en tiempos del indomable Domingo Calzadilla, su alcalde perpetuo. Hoy se trazan rayas fronterizas entre Arafo y Güímar, como si Luisa Castro fuera Kim Jong un y el otro el de Corea del Sur. Qué barbaridad, qué tiempos más infelices, con lo feliz que fui yo en los otros.