Ahora en serio

No sé qué decir

Me perdonarán que les cuente mis cuitas personales, pero hoy no sé qué decir.

No sé cómo empezar ni cómo acabar este artículo porque temo escribir cosas inapropiadas o no encajar en lo que se supone que debe hacer una mujer de mi edad que tiene trabajo y la suerte de vivir en este lado del mundo. No sé qué decir cuando leo que una actriz, Inma Cuesta, decide hacer público su malestar porque hayan usado el photoshop en una imagen suya de portada, dejándola menguada de cuerpo y sin expresión facial y creyendo, sin duda, que le hacían un gran favor. Ni sé cómo asumir el hecho de que, durante los días siguientes, varias, muchas de las publicaciones llamadas de moda o lifestyle, que usan photoshop a mansalva y que en sus portadas solo ponen a mujeres de medidas imposibles y caras irreales, se sumen al carro de la denuncia. Publicaciones cuyos staffs capitanean -sí- señoras, mujeres, hembras del género humano, que son muy conscientes de los mensajes que lanzan con cada una de esas portadas extraterrestres pero que, para ganar credibilidad o seguidores, no dudan en hacerse un efímero lavadito de cara pretendiendo acaudillar la protesta.

No sé, tampoco, qué decir cuando alguna mujer me recrimina, alarmada, que llevo mucho escote o voy muy transparente, y lo hace, cómo no, por mi bien y en aras de preservar mi buen nombre y mi credibilidad como profesional. Estoy segura de que es así porque, ¿quién iba a respetar a una periodista, a una asesora, por más formación y experiencia que acumule, si a los cuarenta y varios comete la osadía de enseñar un poco de (su) carne y hacer gala de su personalidad? Nadie en sus cabales, claro.

Como tampoco es admisible que una científica sea guapa. ¿Una científica que no lleve gafas de culo de botella o no se parezca a Amy Farrah Fowler? ¿Es que nos hemos vuelto locos?

Eso es lo que debieron pensar los cientos de transeúntes que se encontraron con un cartel con la cara de Isis Wenger, mujer de 22 años que trabaja como ingeniera informática en San Francisco. Isis protagonizaba una campaña publicitaria lanzada por la empresa para la que trabaja, OneLogin, en la que se buscaba personal usando vallas en las que aparecía su foto con esta leyenda: “Mi equipo es genial, inteligente, creativo y cómico. Isis Wenger, ingeniera de plataformas”. Muchos de los que vieron esta imagen en las calles de la ciudad, hombres y mujeres -aclaro, horrorizada-, se apresuraron a usar el ágora de nuestros tiempos, oh, las todopoderosas redes sociales, para criticar a la empresa por contratar una modelo y fingir que se trataba de una ingeniera. Nada de comprobar antes, ¿para qué? Es de todos conocida la regla inamovible que dicta: “las modelos, guapas; las gordas, mal vestidas y las ingenieras, feas”. No hay más. O no había más hasta que Isis decidió, bendito sea su arrojo, rebelarse contra esa estupidez con las mismas armas. Y, primero a través de su blog personal, y, luego, usando las mismas redes sociales que habían puesto en duda su formación y su profesionalidad, decidió iniciar una campaña bajo el hashtag #ILookLikeAnEngineer (Parezco una ingeniera) que, pronto, se convirtió en viral y sirvió como paraguas para que mujeres de profesiones que se suponen ejercidas por señoras feas o poco femeninas pusieran algo de cordura al estereotipo.

Así que sigo sin saber qué decir porque veo que, por más que se avance, somos nuestras mayores depredadoras. Como nos cuesta subir, cuánto más alto llegamos menos competencia femenina queremos. Como nos dan palos por todos lados hasta llegar -si es que llegamos- no dudamos en desprestigiar, minusvalorar o mostrarnos agresivas con cuantas congéneres puedan hacernos sombra. No vaya a ser que. Nosotras, las hijas dizque liberadas de nuestro tiempo, ponemos, con razón, el grito en el cielo si un señor nos ofende con su machismo, pero no hemos aprendido a aplicarnos ese famoso adagio que tanto usamos los periodistas de “perro no come carne de perro”.

Prueben, si no, a decirlo en femenino.

@anamartincoello