el charco hondo

Sed

En la falla de Bandiagara, país de los dogón, las mujeres del pueblo aprovechan las primerísimas luces del día para ir a buscar agua. Cuando despiertas, encaramado sobre techos de barro, puedes verlas camino de pozos precarios, alejándose hasta desaparecer. La falla, escalón entre dos sabanas, da paso a la planicie que une a Mali con Burkina Faso. La convivencia con los dogón (gracias, Rafa) ayuda a entender que, efectivamente, el agua es principio o final. El tiempo apenas avanza sobre arena, baobabs y rocas. Solo percibes movimiento unas horas, coincidiendo con la tregua del sol. A los pies de las casas colgantes que ocuparon los tellem -pigmeos asentados verticalmente en la falla- el aprovechamiento del agua que dejan las épocas de lluvias es sinónimo de existencia.

África sigue muriéndose de sed. Su pasado reciente da pistas sobre su presente imperfecto. Según las estadísticas de Naciones Unidas, en 2002 -ayer, en definitiva- 258 millones de africanos no tenían acceso al agua potable; prácticamente todos sus ríos y lagos estaban contaminados, malheridos por culpa de explotaciones salvajes. En 1985 una sequía de cuatro años -malas cosechas, hambrunas- enterró a millones de personas. Los gigantescos ríos de África Occidental perdieron caudal. Las guerras del agua se multiplicaron por todo el continente. Desastres medioambientales, privatizaciones, escasas aportaciones de los organismos internacionales, impedimentos para la construcción de embalses o presas mal diseñadas han sido, entre otras, las piezas del rompecabezas. Un informe de la OMS, de 2015, concluye que las poblaciones sin acceso a fuentes de agua potable mejorada se encuentran principalmente en África. Cuentan estos días que han vuelto a encontrar agua en Marte. Nadie sabe qué pensarán sobre tal hallazgo las mujeres que, con las primeras luces, se alejan del pueblo dogón hasta desaparecer. Hay quien tacha de demagogia acordarse de África cuando miramos a Marte. En Bandiagara lo llaman sed.