En la vida, una batalla perdida no es el final de la guerra, sólo es eso, una más entre tantas donde vendrán más, muchas más. Lo importante es la lucha, la entrega, donde seguramente habrá finales gloriosos junto a otros que no lo serán tanto, mas siempre con la garantía de que todos serán vida al fin y al cabo. En cada oportunidad hallarás una ocasión para ser mejor, una ventana abierta al autoconocimiento, a transitar por la existencia de manera auténtica. Hay quien pasa por las cosas dejándose arrastrar, quien se planta e incluso quien tira del carro con bemoles. Cada uno decide en qué punto se sitúa, sabiendo leer las situaciones según vienen, porque ninguna de las respuestas es la acertada si se quiere vivir consecuentemente. La experiencia va dictando verdades irrefutables y va costando asumir las limitaciones, las propias y las impuestas. No eres perfecto. Es así aunque cueste creerlo, pese a que la máxima de “errar es de humanos” esté instalada en nuestro memorando de expresiones hechas, porque sí, lo sabemos, pero en la frustrante realidad diaria tratamos de ser los padres perfectos, la pareja ideal, el hijo soñado, tener un cuerpo diez, resolver el trabajo con acierto… Pero las cosas no funcionan; todo cae, errático, incontrolable. No podrás hacer nada por evitar el fracaso, el propio y el ajeno, estás abocado forzosamente a ello. Queda en ti encajar esta situación o continuar llorando por las esquinas cada vez que algo no sale bien. El mundo es de los valientes que superan la barrera del miedo al fracaso, aún con la condición de que efectivamente, puede ser que la jugada acabe siendo un fiasco. ¿Y qué más da? ¿Acaso, con la muerte, la vida no está destinada a perecer sin remedio? Llenarse de cargas es un yugo innecesario. Hay madera suficiente que echar a la caldera para continuar avanzando hasta el final y si queda poca, tiraremos el resto, como los Hermanos Marx, porque lo importante es seguir aunque haya que quemar las naves. Esto no terminó. Apenas acaba de empezar.
trac tici tac