El dardo

A las urnas

Tras aprobar la esperada disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones generales, Rajoy aprovechó para resumir la legislatura y, como no podía ser de otro modo, se agarró al triunfalismo más electoralista. No le falta razón al presidente cuando, legítimamente, se apunta el mayor éxito de estos cuatro años: salvar al país de ser intervenido por la UE, el BCE y el FMI, lo que habría supuesto sacrificios muy superiores a los que aún vivimos en materia de austeridades, recortes y pérdida de derechos. Tras los insensatos años locos de gastos y regalos, que incluso le impidieron ver la llegada de la crisis, Zapatero dejó a España a los pies de los caballos y, antes de irse, tuvo que iniciar los ajustes con la congelación de pensiones y la reforma apresurada del artículo 35 de la Constitución, pactada con el PP pero impuesta por los acreedores internacionales. Lo demás es bien sabido, en especial el imprescindible relevo en la Jefatura del Estado -convenido por los dos grandes partidos en un impagable servicio al país tras los deslices de don Juan Carlos-, y la mala utilización por el PP de una mayoría absoluta que aplastó los intentos de la oposición de pactar algunas leyes y reformas -la penal, la educativa, la de justicia, la del aborto, la del Tribunal Constitucional, entre otras-, en las que el partido del Gobierno se quedó solo; tan solo como al no advertir la necesidad de cercanía, solidaridad y afecto hacia los más desfavorecidos de la sociedad, incluidos los parados, principales víctimas de la crisis. El miedo a la libertad, la falta de cintura en la reforma de la Carta Magna y en la cuestión catalana, que hoy está bastante peor que hace 4 años, y de firmeza y ejemplaridad en asuntos de corrupción, son otros aspectos negativos de la gestión gubernamental. No obstante, la oposición, con la caída de Rubalcaba y la enorme crisis de IU, ha sido penosa, con pérdida de rumbo y consistencia, de ahí la llegada de opciones políticas nuevas, como Ciudadanos y Podemos, producto también de frustraciones sociales y de la crisis institucional nacida con las distintas formas de corrupción y falta de transparencia. Los retos son ahora enormes y las nuevas Cortes deberán enfrentarse a una situación nueva que obligará a pactos y acuerdos desacostumbrados.