tribuna

Verdad

Hablar, en este caso escribir, sobre la verdad en el periodismo es aún un ejercicio obligatorio cuando uno pretende expresar las bondades y miserias de este oficio, que en el caso de DIARIO DE AVISOS lleva 125 años teniendo un aliado tan severo y acogedor como un padre o una madre exigente. Porque así es un periódico, una empresa cuyos propietarios buscan ganar dinero -ahora se conforman con no perder (mucho)- e influencia mediante una herramienta tan sensible y tentadora por su volatilidad como es la verdad. La teoría periodística insiste en que encontrarla es el objetivo fundamental y primigenio, pero creo que es una búsqueda que se asemeja más a la del Vellocino de Oro o el Santo Grial; nadie duda -espero- de lo heroica que es la aventura de ir tras la verdad, pero nadie la encontrará jamás. Porque la verdad no existe. Se escabulle en la interpretación, en la confrontación de opiniones y puntos de vista distintos sobre un mismo hecho, en los ojos que ven desde un ángulo u otro, en esa extraordinaria -y necesaria- honrada subjetividad que nos alimenta. Creernos con patente de corso sobre la verdad en este universo de piratas y bucaneros es de prepotentes o de pánfilos.

Creo que en los ya más de tres inesperados años que llevo como director de DIARIO DE AVISOS he repetido en media docena de discursos, charlas o intervenciones una sentencia que siempre me ha parecido la más certera para describir nuestras funciones como garantes de algo importante: “Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente”, comentó en una ocasión Eugenio Scalfari, el que fuera director y fundador del diario La Repubblica. Tal cual. Somos solo gente. Con todas la connotaciones positivas y negativas de esa condición.

Pero es cierto que cualquiera no vale para ser (buen) periodista. Y un periodista no es solo el que describe una guerra -hoy en día aún más grandiosos en su afán- o hace temblar los cimientos de un Gobierno al descubrir sus corruptelas. Un periodista tras una verdad se esconde también en las redacciones de pequeños periódicos -radios, web y televisiones- de provincias, tratando de pelearse por contar lo que ocurre en un barrio, entrevistar a un héroe local o que indaga en las ciénagas de los poderes locales. De una manera u otra, mejor o peor, más aguerridos entonces o ahora, con más o menos ganas, pasando miserias o acudiendo a ágapes, los centenares de periodistas que en 125 años han volcado en DIARIO DE AVISOS su labor son ejemplo de un ejercicio sustancial -con sus errores también- para la construcción de una sociedad más informada y formada. Fue gente; es gente; y será gente que tendrá la simple -a la par que compleja- misión de contar lo que ocurre a su alrededor; y la inmensa mayoría lo hizo, lo hace y lo hará con la honestidad de querer encontrar verdades, aunque sea desde el convencimiento de que es la búsqueda en sí lo único que nos hace indispensables y lo que nos invita a llenar otra página en blanco.