baloncesto

“A los técnicos jóvenes les digo que se formen mucho sin pensar en la élite”

Ilustración Jesús Rodríguez
Ilustración Jesús Rodríguez

José Carlos Hernández Rizo repasa su trayectoria como entrenador de manera humilde y serena, como el que sabe que ha sido un privilegiado por haber hecho algo al alcance de muy pocos. En cada intervención tiene siempre un guiño para su familia, a la que se dedica en cuerpo y alma, así como para el colegio Hispano Inglés, sus dos grandes logros, como él mismo afirma.

-Me cuentan que se emocionó con el reciente homenaje de la Federación Tinerfeña en el Teatro Guimerá…
“La verdad es que sí. Un reconocimiento es importante, pero la Federación lo hizo de manera muy emotiva y, además, pude vivirlo al lado de mi familia”.

-Muchos crecimos con usted como entrenador, pero, ¿cómo empieza usted en esto del baloncesto?
“Mi primer contacto con este deporte fue cuando era estudiante de las Escuelas Pías. Jugamos el primer partido de minibasket que hubo en Tenerife. Anselmo López inició la idea de jugar a minibasket y comenzaron a fabricarse aros que una firma de bebidas decidió impulsar. Fue el boom del minibasket y el partido fue un Escuelas Pías- La Salle en la cancha del Náutico. Fue todo un acontecimiento al que fue una tuna, el Niño del Arpa, que era un niño al que llevaban a cada festival que se hacía, también fue un mago… Recuerdo que vestimos unos equipajes preciosos, aterciopelados en plan Estados Unidos. Jugué y era malo jugando. Seguí jugando hasta Segunda División en el Juventud Laguna”.

-¿Era tan malo como para dejarlo y pasarse al banquillo?
“Bueno, era un jugador de Segunda División, pero el Juventud me sirvió para crecer en un baloncesto en el que no se entrenaba, en el que si llovía salíamos corriendo al Tocuyo, a Paca La Rajada o Micaela, porque éramos muy de tenderetes. Tuve dos grandes entrenadores, Antonio Guerra y Eduardo el Porreto, y grandes compañeros que son amigos todavía. Entonces llega Juan Isidro Martín Garabote, que era profesor del Hispano Inglés cuando estaba en 25 de Julio. Habíamos estado juntos en la universidad, él en Ciencias Exactas, yo en Derecho, y me mete en el Hispano Inglés a entrenar. Primero fue de manera informal, pero con la generación del 60 se forma un equipo y tengo la desgracia de quedar campeón de Canarias de minibasket. Había un grupito de niños, entre los que estaban José Carlos Cabrera, Rubén Henríquez, Luquillo… Yo pierdo la cabeza, empiezo a dejar la facultad y me meto en el baloncesto. Cuando me voy a casar, en el año 77, le digo a Poupée, mi mujer, que me quedaban un par de telediarios en el baloncesto y me voy a dedicar de lleno a la carrera, pero no fue así”.

-¿Cómo asume su familia que deje Derecho por esto del baloncesto de base?
“A ver, mi expediente en la Universidad de La Laguna debe ser el Expediente X, porque nunca dejé de matricularme en 40 años, ya que mi ilusión era retomar la carrera, pero fue imposible. Mi padre murió siendo yo muy niño, así que mi madre y Poupée fueron las que aguantaron todo eso. Yo decía que iba a la facultad, pero luego me reunía con Felipe Coello, enfrente de la librería Sixto, para hablar de baloncesto. Poco a poco empezó todo. Mi castigo fue que tuve la suerte del principiante y me vino todo muy rodado al principio. Cuando yo hablo con los entrenadores del colegio siempre les digo que yo fui peor que ellos al principio, porque yo solo defendía en zona y poco más, porque no sabía. Sabía lo que había jugado, pero poco más y cometí muchas locuras. Creo que fue en el año 76 cuando Ernesto Henningsen me da el primer equipo del Náutico, en Primera B, con 25 años”.

-Y es cuando nace el José Carlos Hernández Rizo entrenador nacional…
“Tuve la suerte de estar en ese grupo del Náutico y subir a Primera. En el año 83 me llaman las chicas de Primera División femenina, hacemos dos cuartos puestos y jugamos la final de la Copa de la Reina. Fue estando en Sevilla cuando me llama Pepe Cabrera y me dice que quiere hablar conmigo. Yo ni me lo creía, porque era un entrenador de la Marea, pero cuando vuelvo de Sevilla hablamos, me meto en el CB Canarias y coincido con unos jugadores en un ciclo mágico y me veo con 35 años allí, con todo rodado”.

-¿En qué momento se da cuenta de que puede vivir de aquello que más le gusta?
“No tengo conciencia de ello, sino de la inconsciencia de decirle a Poupée que era lo que quería hacer. Hemos pasado malos momentos, duros, en los que lo hemos tenido que pasar apretados porque el baloncesto de la época no estaba tan bien pagado. Antes se pensaba menos en seguridades, solo en hacer las cosas. Yo me casé con 26 años, Poupée no te cuento con cuántos, pero antes no estabas pendiente de hipotecas, seguros y contratos duraderos, sino que hacías aquello que querías y yo quería entrenar. Es cierto que lo mejor que me ha pasado a mí es no haberme separado nunca del colegio a pesar de aquellos avatares mediáticos, porque siempre entrenaba en el Hispano Inglés, que es mi verdadera obra, lo otro fue acompañar a un grupo de grandes jugadores en esos grandes momentos”.

-Peca de modestia…
“Para nada, lo que ocurre es que yo relativizo completamente la labor de un entrenador en los equipos profesionales. Si eres muy malo lo puedes destrozar, pero al final es acompañarlos, conducirlos. ¿Qué le iba a enseñar yo a Carmelo Cabrera o a Cathy Boswell, que venía de la Olimpiada de Los Ángeles? ¿Quién soy yo? El verdadero trabajo del entrenador profesional es no estropear lo que tiene. Recientemente estuve en Madrid y fui a ver entrenar a Antonio Pernas, del CREF ¡Hola! y él ve la diferencia de entrenar equipos amateurs a otros profesionales donde la dificultad real es la de adaptarte a la plantilla de la que dispones, más allá de la idea de baloncesto que puedas tener. El verdadero éxito de un técnico es sacar el máximo rendimiento de sus jugadores”.

-Eso encaja mucho en la misma idea de baloncesto que tiene, por ejemplo, Alejandro Martínez…
“Alejandro es un gran entrenador porque sé la formación que ha tenido. No he tenido la suerte de irlo a ver entrenar asiduamente, pero sí conozco la dedicación que ha tenido a lo largo de muchos años. Yo creo que él sabía que un día le tocaría eso, y hasta que le tocó se formó increíblemente desde muy pequeño. Recuerdo reuniones con Felipe Coello y allí estaba, pegado a nuestro lado. Sé que es buen entrenador porque sé cómo se ha formado. El resultado depende de otras cosas, pero su formación es la que me hace saber lo buen entrenador que es”.

-¿El no haberse visto nunca como entrenador profesional y tener otra salida laboral le ha ayudado?
“Depende de lo bueno que seas. Si hubiera sido Aíto o Mario Pesquera la cosa igual habría sido diferente, pero yo era un entrenador normal de una isla como Tenerife y solo una vez se me ocurrió poder salir de la misma. Mi suerte fue estar en el momento indicado, en el lugar preciso, pero nada más. Tal y como está la cosa, creo que lo mejor es tener una ocupación laboral y luego hacer el mejor baloncesto del que seas capaz. Yo no le aconsejaría a nadie dedicarse a eso en exclusiva. Aquí tenemos entrenando a Nacho Guigou, que dijo que prefería dedicarse a su carrera en vez del baloncesto, y eso que incluso llegó a debutar en ACB”.

-Siendo pieza clave, aunque usted diga que no, del mejor Canarias de la historia, ¿por qué nunca se decidió a entrenar fuera de la Isla?
“¿Cuándo te vas a entrenar fuera? Cuando has hecho algo grande que llame la atención de alguien y te llame, ¿no? Durante un tiempo ni me lo plantee porque no creía que en ningún lado fuera a estar mejor que aquí. Entrené en ACB, en Primera Femenina, jugué dos Copas del Rey, también dos Korac… Yo tenía claro que el Madrid y el Barcelona no me iban a llamar, pero, cuando Germán González se retira me dice que quiere llevarme, ser mi agente. Con la empresa de representación Winners me dice que quiere tenerme allí como entrenador y a los dos años me llama y me dice que tenía que ir a dirigir a Bilbao cinco meses. Yo no tenía equipos, solo estaba en el colegio, y me lo planteé dos días. Joel tendría siete u ocho años, Paula cinco menos y recuerdo que Javier Castroverde, que había estado de ayudante conmigo, me dice que se va para allá también, que aunque no lo fichen me acompaña y me ayuda. Le dije a Germán que no se me había perdido nada fuera de aquí y que no me ofreciera a clubes”.

-¿Y no le queda esa espina clavada?
“No, ¿para qué? Yo relativizo mucho mi etapa profesional. Me dio vanidad, porque tuve la desgracia de que en esa época no daba dinero, pero da mucha vanidad, esconderlo sería tonto. Existía un boom televisivo, nacía la revista Gigantes y demás. Recuerdo una vez ir a un colegio y Joel, mi hijo, me acompañó, me vio firmar autógrafos y se quedó sorprendido. Me daba miedo irme fuera teniendo familia y no me veía yo dentro de los técnicos top, que eran cinco o seis, y que eran los que partían, y se repartían, el bacalao”.

-¿Lo de irse al Tenerife Amigos del Baloncesto fue también por vanidad?
“No, fue por querer demostrar que podía volar solo. Tontamente pensé que, aparte de entrenar, podía tener más protagonismo. Cuando Pepe Cabrera me lleva al Canarias yo lo único que hacía era entrenar. Pepe conmigo fue extraordinariamente fiel, muy buen amigo y no tengo un solo comentario malo siendo él digamos mánager y yo entrenador. Es verdad que algún día me acosté pensando que tenía un jugador y al día siguiente era otro, pero son cosas que pasan. Pepe fue una ayuda valiosísima, pero yo quería dar un salto a ver si podía hacer más cosas, entrenar y hacer los fichajes, y me equivoqué completamente porque nos metimos en una aventura muy inexperta en todos los puestos del Tenerife Número Uno y me equivoqué mucho creyendo que podía sacar de algunos jugadores cosas que no había conseguido nadie. Eso le pasa a muchos entrenadores, pero yo pensé que podía sacar cosas de ellos que no podía. Planifiqué una cosa y no salió bien. Al final descendimos por dos chorradas, pero se veía que aquel proyecto no tenía futuro. Por eso creo que lo más importante que ha hecho el Canarias es consolidarse. Si bajara alguna vez sabes que no va a desaparecer. Es una roca”.

-¿Cómo es cuando se deja de entrenar a esos niveles?
“Nunca se deja. Todavía hay algún nostálgico que me dice ‘usted tiene que volver a dirigir…’ y yo digo: ‘¿volver a dónde?’. La última gran aventura fue con el Juventud Laguna, en una fase de ascenso a EBA que estábamos todos lanzados. Yo tenía que operarme y se lo dije a Esteban Afonso, que me dijo que cambiara la fecha de la intervención. Mi labor en el Juventud era calmar a los jugadores, que tenían mucho ímpetu, pero nada más. Fue una experiencia bonita”.

-¿No recuerda la sensación de no ser entrenador de élite?
“Me di cuenta cuando quise meterme a hacer esas tonterías de querer ser director deportivo, director general y todo eso. Fui cavando mi foso de no poder ser entrenador profesional, por eso no se lo recomiendo a nadie con aspiraciones, porque volver a ser entrenador otra vez es complicado una vez das el paso. También es verdad que en la Isla era imposible que me volviera a tocar porque la gente se cansa. Estoy muy orgulloso de lo que he hecho, me ha ido bien y sigo teniendo una pasión increíble por lo que hago en el día a día. A mí me llama Tim Shea todas las semanas y me dice que quiere seguir entrenando y yo le digo: Tim, con la edad que tenemos, ¿quieres entrenar? Y me dice que sí, que se va a África o donde sea”.

-¿Qué papel ha tenido la familia en su trayectoria?
“Ha sido fundamental. No sé si lo exageré yo, pero Joel me dijo que si me iba a Bilbao él no iba más al colegio. No todos son momentos buenos y existieron momentos de crítica desmedida, que no acepto. A mí me parece bien que crean que eres malo o diriges mal, pero no otras cosas. No hace mucho, cuando era director deportivo del Atún de Canarias, tres o cuatro montaron dos o tres programas para atacarme. Yo lo puedo entender, pero a la familia le cuesta más. Yo les decía que no fueran a los partidos y cuando Poupée iba al palco del Canarias, que eran donde sentaban a las mujeres, le decía que no fuera”.

-Mañana llega alguien y le dice que quiere ser entrenador profesional, ¿qué le respondería?
“Mi hijo quiso entrenar desde muy pronto y, tras varias cosas, viene y me dice que quiere ser entrenador y un día me dice que para qué sirve tener el título. Le respondí que para ser un buen entrenador de colegio, lo otro es mentira. Tú puedes ser un profesional del baloncesto sin dirigir un equipo de élite”.

-Pero es que parece que no se es entrenador si, mínimo, no se dirige en EBA…
“A Alejandro Martínez no le he oído decir eso nunca y le encanta ir a entrenar al Luther. Solo hay ocho o 10 de 200.000 que pueden decir esas cosas. Hace dos semanas, en la Península, fui a dar una charla al colegio Bristol y me puse a entrenar con ellos como un loco. Les sorprendió, pero es que tiene que ser así. La labor de un entrenador es formarse y trabajar bien. El gran consejo que daría es que Aniano Cabrera no se va fijar en el que gane siempre, sino en el que trabaje bien y con valores. Que sea buen entrenador pero que, sobre todo, sea buena persona”.