TRIBUNA

La ciudad valiente – Por Pablo Melián*

No han pasado tres horas desde que la Policía liberó el Bataclan y algunos supervivientes ya desfilan por la Avenida de la Republique. Se pierden en la oscuridad muy despacio, en silencio y con la cabeza baja, cubiertos con unas mantas fluorescentes que les identifican. Los taxistas se prestan a llevarlos a casa. Varios prefieren caminar. Vuelven a respirar. Casi nadie ha podido dormir. El gobierno ha pedido a los ciudadanos que no salgan de sus casas. Es sábado y la ciudad está desierta, pero según pasan las horas algunos se acercan a las tragedias. En la esquina del Carrillon se guarda luto a los caídos. Una flor, una vela y un solemne silencio. Sólo una vecina, crecida por el inesperado protagonismo, alza la voz para contar la misma historia a todo el que busca un testimonio. El domingo amanece soleado y París está dispuesto a renacer. Reabren los bares, la gente vuelve a las terrazas y los escenarios de la matanza ya son lugares de peregrinación. En el Bataclan se mantiene el cordón policial. El Boulevard Richard Lenoir marca la barrera. Los parisinos la cubren de flores y de mensajes. Un chico dedica la mañana a lanzar al cielo enormes pompas de jabón. Cae la noche y en la Place de Republique hay una multitud. El estado de emergencia prohíbe las reuniones en la calle, pero la Policía levanta el pie. Sabe que el pueblo necesita desahogarse. Varios rezan, otros cantan alrededor de la estatua. Entonces llega el pánico. Una serie de falsas alarmas provoca el caos. Los militares apuntan con sus armas. La gente corre y se refugia en los bares. “¿Qué será lo próximo?”, se preguntan. Empieza la semana. Abren colegios, tiendas y museos. A las 12 de la mañana el país entero guarda un minuto de silencio. Aquellos que trabajan cerca del parque Buttes Chaumont aprovechan la pause déjeuner (pausa para comer) para entrar al ayuntamiento del distrito XIX. Juntos cantan La Marseilleise. Luego lloran, se reconfortan y unos a otros se prometen que seguirán en pie.

*PERIODISTA TINERFEÑO QUE TRABAJA PARA AFP (AGENCE FRANCE-PRESSE) EN PARÍS