por qué no me callo

Cousteau y Pineda en Arona Son Atlántico

Pablo Pineda y Pierre-Yves Cousteau son huérfanos de padre y dos amantes del mar que se prodigan en el mundo como portavoces de dos causas de grandes dimensiones: la discapacidad y la capacidad de los océanos en el continente azul. Al padre de Pierre lo conocí en los años 90 en Tenerife, cuando vino a postular en La Laguna en torno a su carta de los derechos de las generaciones futuras, como un desafío a la ONU para conservar el planeta por los hijos de los hijos. El comandante Cousteau era un palillo, y su hijo Pierre también, pero tenía una vitalidad huracanada que movía tierra, mar y aire. Sobre todo el mar. Sus amigos los océanos le deben que saliera en su defensa aquel explorador marino de nariz aguileña que sonreía como un delfín. A bordo del célebre Calypso había alumbrado un mar mediático que nos sedujo como el cosmos de Carl Sagan y las faunas indómitas de Félix Rodríguez de la Fuente. Cousteau metió su carta en una botella imaginaria y la lanzó al mar en Tenerife. ¿Por qué la Declaración de La Laguna llegó a manos de la ONU, que cumple 70 años de luces y sombras, y cayó en el olvido? ¿Fue discutida, aprobada o rechazada parcialmente o en su integridad? ¿Dónde descansa ahora el texto del legado póstumo de Cousteau? En Arona Son Atlántico han premiado en la presente edición a Pierre-Yves Cousteau, científico y submarinista como su padre fallecido en 1997. Nos hacemos esta clase de preguntas al acoger a este enjuto francés que recuerda físicamente a su padre como el dioscuro perfecto del comandante de los mares en peligro. La visita y el congreso que lideró Jacques Cousteau, el Capitán Planeta, hace 21 años en el Instituto Tricontinental lagunero, con la tutela de la Unesco, merece una revisión de los resultados de la iniciativa y, si es el caso, su replanteamiento. Cousteau alentó un concepto y alertó de un problema: los derechos de habitabilidad de mañana en un mundo sostenible (que equivalen a los deberes del hombre actual, como acuñó cuatro años después el Nobel Saramago), y el estado de conservación calamitoso de la Tierra. En el año 2000 Europa ya habló de los objetivos del milenio hasta 2015, y Naciones Unidas abanderó el cambio climático como tarea global. Recuperar las ideas que Cousteau expresó en esta isla tres años antes de morir, acusar recibo de su misiva al mundo en 1994, es un derecho y un deber nuestros. En el mismo foro atlántico, este sábado, Pablo Pineda fue a ver las ballenas y delfines del santuario de Arona, con Eloísa González y Matías Alonso (de En clave de Ja), el concejal de Cultura, Leopoldo Díaz, y el submarinista y fotógrafo Sergio Hanquet. Compartí la intervención de Pablo Pineda, el primer europeo con síndrome de Down que posee un título universitario. Pineda es actor y escritor, maestro y conferenciante, audaz y parlanchín con su bic de dos tapas tamborileando en la palma de la mano, y está a un paso de licenciarse como psicopedagogo. ¿Es un down? Sí. Y seguramente un tipo superdotado también. Leí de un tirón su emotivo manual para padres de niños con capacidades especiales, que no sólo es el libro que él ha escrito, sino el libro que él ha vivido. La historia humana de Pablo Pineda es la conquista de la inteligencia entrando por la ventana y saliendo por la puerta principal. La conversación con este malagueño que instruye a empresarios desde la Fundación Adecco me confirmó las impresiones que extraje de su obra, cuya lectura me había deparado la magia de olvidarme de la condición especial de su autor y de los padres destinatarios de niños con capacidades diferentes. Me había resultado una guía certera para padres cualesquiera, como en mi caso de un niño de cinco años, y, más aun, me había parecido un texto tan preciso sobre los sentimientos que pensé que leía un ameno tratado coloquial sobre la felicidad al modo de los clásicos griegos. En el Centro Cultural de Los Cristianos, antes de entrevistarlo en público junto al alcalde José Julián Mena, el famoso Pablo Pineda se dirigía en una sala pequeña a sus fans, jóvenes con alguna discapacidad que lo tienen por su ídolo, alguien como ellos que ha conseguido homologarse, ser como los demás. “Ustedes no son inferiores, son distintos y únicos, no se dejen rebajar”, les arengó. Pineda habla desde el sentimiento. “Soy risueño y llorón”, confiesa. Y desde el humor: “Somos discapacitados, pero no tontos”, y acierta a hacer bromas sobre la compasión, que detesta: la señora que lo coge del brazo para cruzar el paso de peatones; el camarero que titubea al servirle alcohol, o la guardia civil abordándolo en la playa por si se ha perdido. “No somos eternos niños”, aclara. Y, a propósito del sexo, desmiente: “No somos de piedra”. Pues bien, le dije que, tras leer su libro, ya supongo cuál es su siguiente reto: escribir para todos, para el público en general, donde residen todas las diferencias; poner su ingenio y agudeza al servicio de otros temas, discutir de problemas enquistados que mentes como la suya -los síndromes down son más intuitivos y lúcidos que la media- pueden ayudar a desatascar en la nueva sociedad. Pablo Pineda pidió al final estar un momento a solas, tras la charla y la firma de libros. Se quitó las gafas, posó en la mesa su inseparable móvil, y miró a las nubes de la noche, de Arona al cielo de Málaga. Habló con alguien, rodaron unas lágrimas por su cara y después se reintegró al grupo. Quien le enseñó a leer a los cuatro años y a hablar a los cuatro vientos fue un marinero que también le enseñó a desenvolverse en la vida, su padre, fallecido hace tres años, al que le sigue contando lo que hace allá donde esté.