apuntes de patafísica

La desconexión

No soy nacionalista. De la misma manera que me produce entre ternura y rubor esa idea de que tuvimos la suerte de ser elegidos para nacer en un sitio excepcional, me hacen gracia esas formas de eludir el nombre de España que emplean los nacionalistas -y también los que no lo son- en sus conversaciones, aquello de “en este país” o “el Estado español”. A eso podemos sumarle, por ejemplo y por qué no, el complejo que existe hacia la bandera española, de la que debemos mantenernos a cierta distancia, pues corremos el riesgo de que nos vinculen con el facherío. Y se me ocurre además que resulta demasiado sencillo justificar siempre las carencias que sufre un territorio y sus habitantes en el trato injusto que brinda el Gobierno de la metrópoli.

Pero como no me siento nacionalista, también tiendo a pensar que la Constitución tiene que ver más con un acuerdo entre ciudadanos, con un diálogo que nunca acaba para establecer reglas de convivencia, que con un monolito que cayó del cielo y que permanecerá inmutable hasta el fin de los tiempos.

Y como no soy nacionalista, contemplo asimismo con decepción todo lo que ocurre en Cataluña. A un Gobierno central que durante demasiado tiempo optó por el inmovilismo y el “ya se cansarán” ante las reclamaciones que se le hacían, y que ahora, viendo la que se ha armado, se erige como garante de la unidad de España. También observo a un gobernante catalán, Artur Mas, y un partido político, Convergència Democràtica de Catalunya, que se han tirado al monte, aliándose con las formaciones independentistas -quizás las que han actuado con mayor coherencia en toda esta historia-, para poner en marcha un proceso -la desconexión- que culmine con una república catalana. Y ya de paso, ocultar bajo la alfombra su incapacidad como gestores públicos y un modelo político que ha institucionalizado la corrupción.

De manera que sigo con curiosidad este continuo tira y afloja. Al tiempo que me pregunto si, tal y como está el panorama, si ya se han hecho demasiadas cosas mal y otras no tienen remedio, si unos y otros se envuelven cada día con la palabra democracia, lo más sensato no sería un referéndum.