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Francis Ford Coppola

Un año más, con nuevo enunciado, los Premios Princesa de Asturias discurrieron entre el brillo y el prestigio y la protesta anunciada y, a la vez, opacada por los medios, con el sonido de las gaitas -modo de solemnizar el folclore- para los himnos de España y Asturias y la banda sonora de El padrino, el mayor éxito de Nino Rota; y las palabras, visuales y emotivas del novelista cubano Leopoldo Padura; directas y comprometidas de Esther Duflo, galardonada en ciencias sociales, que recordó el imperativo moral de Europa para la acogida de los refugiados; y exquisitas y reivindicativas del filósofo Emilio Lledó que pidió tiempo y espacio para las humanidades. Francis Ford Coppola (1936) fue la guinda que justificó, enriqueció, internacionalizó y adornó un pastel de elementos -oportunismo, fama, filantropía- muy calculados, bien amasado y servido con garantías de seguridad. No pude seguir la transmisión en directo pero ahora, entre islas, en las horas indecentes que programan las navieras para las comunicaciones interiores, distraigo y animo la travesía con la sincera declaración del antihéroe de Detroit. “Me presento ante ustedes no tanto como el caballero de la triste figura, don Quijote de la Mancha, sino más bien como su escudero, Sancho Panza, deseando sólo no ser continuamente manteado y azotado sino simplemente cuidar de su jumento y quizá tener una buena comida”. Recordó con cortesía y gratitud las recompensas españolas, la Concha de Oro de San Sebastián por The rain people (1969) y el premio de 2015 y desmitificó la fuerza del arte para revertir situaciones indeseables. “En mi propia tierra se cree que tengo el poder para acabar con la indignidad y la injusticia que la Italia meridional ha sufrido, o incluso aquí. Ojalá que fuera así pero, desafortunadamente, no tenemos tal poder. Puede que el cine un día sea capaz de realizar tales milagros, de influir sobre los horrores e injusticias que padece el mundo, atado como está por las cadenas del mercantilismo y neutralizado en el nombre de los beneficios exentos de riesgo”. Junto al potencial transformador del arte y su peso ético, el coherente y respetado cineasta postuló también “un arte que sirva de entretenimiento, porque ese fue siempre su primer objetivo. La emoción de la especie humana está en que cada generación mejore a la precedente; que los niños corran cada vez más rápido, salten más alto, toquen instrumentos musicales con una excelencia técnica asombrosa y soñar con expresiones cinematográficas nuevas que ni siquiera podemos sospechar”.