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Francisco Linares

A la dificultad de suceder a un alcalde de mayorías sucesivas y largo recorrido enfrenta una gestión eficaz y tranquila y una disposición al diálogo imprescindible en los tiempos convulsos que vive la política y dentro del permanente y justificado riesgo de la desafección ciudadana que se cierne sobre ella. Francisco Linares llevó en su cartera un proyecto atractivo, pactado con los portavoces de todos los grupos presentes en el consistorio y ofertado en una asamblea abierta a los agentes de la sociedad civil. La Villa de La Orotava alienta una antigua ilusión -su inclusión en la selecta lista de Ciudades Patrimonio de la Humanidad- y las ilusiones formuladas en alta voz adquieren calidad de proyectos; éste refrendado por fundadas razones, desde su privilegiado emplazamiento geográfico, con el Teide dentro de su término municipal y en un valle singular con cinco siglos de literatura elogiosa, hasta su peso en la historia insular y la próspera economía sostenida en las exportación vinícolas que justificaron, en 1648, su declaración de Villa Exenta por Felipe IV por la eficaz gestión del patricio Juan Francisco de Franchi y Alfaro. A estas bazas que, por sí mismas, justifican la aspiración, se suman unos incuestionables valores monumentales, con edificios civiles y religiosos de primer nivel y una amplísima dotación de bienes muebles en todas las manifestaciones de las bellas artes. Pero, acaso, el aspecto más convincente del programa que con tanto entusiasmo asumieron los orotavenses -como recordó mi amigo Isidoro Sánchez- sea el compromiso de sostenibilidad planteado por el equipo de gobierno municipal que, además de un cuidado expreso del medio ambiente y una atención preferente al espacio protegido de El Rincón, modula las previsiones del antiguo Plan de Ordenación y de los 100.000 habitantes del año 2000 pasa a una ciudad de 60.000 para futuro desarrollo a lo largo del siglo XXI. En ese rumbo, una acción inmediata -y ojalá que de efectos ejemplarizantes en el Archipiélago- será la desclasificación de 400.000 metros cuadrados de suelo urbano para reconvertirlos a usos agrarios. Con las secuelas de la crisis del cemento, una iniciativa de este calado, que reconoce a la naturaleza y el paisaje como un activo de desarrollo, y una apuesta firme por la cultura revelarán los otros modos posibles y necesarios de la política y acercarán los ideales a la gente que, desde hace tiempo, reclama otros programas y otros modos de gestión.