avisos políticos

Guerra y paz

Parece evidente que los antisistema, los integrantes de las diversas progresías y demás radicales varios vivían mejor contra Aznar, contra Bush hijo y contra la segunda guerra de Irak, a los que deben añorar a todas horas. Con Mariano Rajoy lo tienen más difícil porque, a un mes de las elecciones generales, nuestro actual presidente del Gobierno no quiere que lo llamen asesino, como hicieron con el anterior presidente popular, ni quiere perder más votos y escaños de los que ya ha perdido; y por eso no va a hacer nada efectivo contra los terroristas islamistas más allá de perseguirlos en España y de reunirse con unos y con otros líderes políticos, dentro y fuera del país. En una palabra, Rajoy y las Azores no tienen ninguna posibilidad de encontrarse, y Obama es mucho mejor ilusionista que Bush. Por este motivo toda la progresía antisistema, en general, y anti Partido Popular, en particular, con inclusión de ciertos alcaldes y alcaldesas, y los inevitables artistas y actores, está intentando desesperadamente volver al pasado, viajar en el tiempo a marzo de 2004, y reproducir el mundo y la España de aquella época. En realidad, toda esta gente vive anclada en ese pasado, una foto fija desde la que no han aprendido nada ni evolucionado nada (algunos supuestos artistas y actores no han aprendido ni a vocalizar). Solo así se entiende la manifestación de ayer en Madrid “contra la guerra”. Una manifestación que resucita el “No a la guerra” precedida por el Manifiesto No en nuestro nombre, firmado, entre otros, por las alcaldesas de Madrid y Barcelona y el Consejo Ciudadano Estatal de Podemos. El Manifiesto y la manifestación han expresado su repulsa a los ataques terroristas de París y Líbano, pero también se han posicionado en contra de “los bombardeos sobre la población civil siria” (que no están en absoluto acreditados y que, de ser ciertos, todos repudiaríamos); en contra de la limitación de algunos derechos en el contexto de la lucha contra el terrorismo islamista, por ser “ineficaces garantías de seguridad”; y en contra de lo que llaman “la política exterior belicista”. Quien nos ha declarado la guerra en todos los frentes, militares y ciudadanos, es el terrorismo islamista, y parece obvio que no se puede negar la necesidad de una respuesta occidental -y española- a esa declaración. ¿Qué alternativas hay? ¿Pedirles a los terroristas por favor que sean buenos y no nos maten? ¿Dialogar prudentemente mientras nos apuntan? Como era de esperar, Pablo Iglesias afirmó que veía “con simpatía” la manifestación, en la que participó una representación de Podemos. También asistieron gente de los sindicatos, de Izquierda Unida y socialistas nostálgicos. El PSOE como tal no pudo, porque Pedro Sánchez está constreñido por el pacto antiterrorista firmado con el Gobierno y el PP, pacto que el jueves firmaron Ciudadanos, Unió Democràtica de Catalunya y UPyD.

Quieran o no los manifestantes de Madrid, la guerra existe, está declarada y no depende de nuestra voluntad, sino de la voluntad del enemigo. Negarlo no es racional ni presentable. Y esta guerra se desarrolla en dos frentes: en el frente de la retaguardia, en donde actúa el terrorismo, y en el frente de las operaciones militares de Siria e Irak. Y en ese frente, los occidentales estamos empecinados en ignorar la realidad y seguir combatiendo al presidente sirio, cuando está claro que su variopinta oposición, compuesta por unos innumerables grupos y grupúsculos que nos quieren presentar como moderados, no difiere mucho del llamado Estado Islámico. La única postura coherente en la zona es la rusa, cuya intervención aérea en favor del Gobierno de Damasco ha hecho retroceder más a los radicales islamistas de uno y otro signo que todas las intervenciones occidentales juntas. La civilización occidental ha desarrollado una tendencia perversa a la autodestrucción suicida, y lo está consiguiendo. Porque hemos destruido sistemáticamente y con saña todos los diques que nos protegían de la barbarie; hemos destruido todos los regímenes laicos, desde Irán y Afganistán a Libia. Menos mal que en Egipto y Túnez se ha podido reconducir la situación, y seguimos contando con Jordania y, en parte, con El Líbano. Por si fuera poco, la OTAN se ve obligada a apoyar a Turquía, uno de sus miembros, cuya actuación en el conflicto es muy perjudicial para nuestros propios intereses. Se trata de un régimen que ha traicionado los principios laicos de Kemal Atatürk, su fundador, y ha derivado hacia un islamismo cada vez más fundamentalista. Combate a las tropas kurdas, las más eficaces en la lucha contra el llamado Estado Islámico, a las que considera terroristas y para las que mantiene cerrada su frontera, y, sin embargo, permite el libre paso hacia Siria de gente que va a unirse a los integristas. El autobús de Estambul a Latakia tarda diecinueve horas, y siempre va muy lleno. Y desde Ankara se tarda menos.
El monopolio del “no a la guerra” no lo tienen los antisistema, ni los radicales ni los manifestantes de Madrid. Lo tenemos todos los ciudadanos de bien, porque todos somos pacifistas y todos repudiamos la violencia. Pero si nos limitamos a poner la otra mejilla y a esperar sumisamente a que nos destruyan, a buen seguro que nos van a destruir.