Domingo Cristiano

Iglesia, quédate en casa

Los aspirantes a redentores sueñan con una Iglesia agorafóbica, temerosa de la calle, replegada sobre su caparazón y abandonando la cueva -entonces sí- sólo para atender a la Humanidad doliente. Y los hay también que sueñan con una Iglesia en bolas, abochornada por no haber dado la talla, sonrojada ante la desnudez de su carne trémula. Una Iglesia prisionera de sus errores, permanentemente avergonzada por los pasos inciertos que no han faltado en estos 21 siglos. Así opinan, estereotipo más o menos, muchos de los que pretenden que las religiones se limiten a desarrollar ritos dentro de los templos o en los adentros del corazón de cada cual. Lo que viene siendo una Iglesia-adorno, un elemento anecdótico y decorativo de la sociedad. Con ser devastadores para el respeto a las libertades individuales y colectivas, esos planteamientos tan rancios me preocupan menos. Me inquietan más quienes, formando parte de la comunidad, se limitan a avivar las llamas que nos mantienen calentitos en torno a la mesa común. Lo realmente perturbador es que hay practicantes que viven como si creer consistiera sólo en custodiar un tesoro, la fe, limpio de polvo y paja. Y la fe está para moverla, para que coja polvo, para que se revuelque en la paja. La fe está para que haga ruido, es a la vez un regalo y un encargo: necesita el olor de los caminos, el sudor de los esfuerzos, los dolores de los hombres, las alegrías de los que paren con esfuerzo un mundo mejor. Si no, no es fe, sino arqueología creyente.

La fe nos la prestaron para compartirla, para sacarla a las calles. “En salida”, ha dicho el obispo Bernardo. Así quiere a la diócesis: abriendo puertas para acoger a quien se siente solo, explotado y deprimido. Caben todos. Y en salida también para derrumbar los muros interiores que ha ido construyendo el obstinado ateo que todos los creyentes llevamos dentro. Ése que nos hace dudar de la fuerza de la fe para transformar la sociedad. Ése que siembra pereza y miedo para salir al encuentro de los demás y ofrecerles a Jesucristo. Ése que mata nuestra fe desde dentro poniéndonos en duda sobre nosotros mismos. Desde ayer, la Iglesia en Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro está “en salida”. Ese compromiso ha asumido en una celebración en nuestra Catedral. Los próximos cinco años, todas las comunidades católicas de la provincia se han comprometido a ser hospital de campaña para quien llega herido de las batallas de la vida. Y a no ofrecerles mojigaterías ni fanatismos, sólo a Jesús y su forma de ver a los hombres, que se llama misericordia. “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las propias seguridades”, ha dicho el papa Francisco. Todo puede pasar en estos cinco años. Pero no hay miedo, porque el objetivo no es reconquistar un imperio, sino ofrecer a Jesucristo. Con serenidad y respeto a los que piensan diferente. Pero ni agorafóbicos ni avergonzados. Orgullosos de creer y de tener una felicidad sólida que compartir. Veremos.

@karmelojph