cuestión de grises

Inspiración en el tiempo – Por Indra Kishinchand

El mismo día que guardé en mi bolso cientos de papeles rotos, un desconocido me sonrió en el metro. Intuí que me decía que ya había sido suficiente por hoy, que volviera a casa sin miedo y con dignidad en la mirada. Tras cuatro paradas de silencio, le miré y pensé: “Mañana siempre es demasiado tarde para volver”, y huí como había hecho siempre; esta vez con excusa.

Aquel día también me topé con otro desconocido que dormía en la sucursal de un banco y me di cuenta de la contradicción. Después se me escaparon unas lágrimas y un transeúnte me miró con pena. Simplemente me hubiera gustado confesarle que era demasiado tarde, que habíamos creado un abismo, que era inútil enorgullecerse de la desgracia, que los números cada vez eran más pobres y menos reales, pero en aquella ocasión también decidí huir.

Había corrido tanto que ahora no sabía cómo parar. Estaba envuelta en un bucle de deseos incumplidos y de reproches, de pensamientos egoístas e inútiles, de inspiración maltratada por el tiempo. Me di cuenta de que aún no había viajado lo suficiente, pero que ya sabía quién y qué quería ser. En aquel tiempo parecía que solo era posible descubrirse a base de las críticas a lo que no soportábamos. Yo tenía la firme convicción de que era mejor conocer las pasiones y arruinarse la vida gracias a ellas. Solo así podría equivocarme cuantas veces quisiera y solo así sería capaz de asumir el error con la naturalidad de quien no conoce la perfección. Tampoco pedía demasiado. Eso pensaba yo.