nombre y apellido

José Luis Reina

La última vez hablamos de las familias ampliadas y nada de la salud porque, sin duda, es un acto de mal gusto. Disimulé la cojera y él obvió malas noticias para tocar los afectos comunes y los tiempos perdidos, cuando hubo ideas, ideales, ideologías, y sujetos con casta a su servicio y, también, vagos, felpudos y vivales que vivían de ellas; personas que merecían la pena y números y corchos bulliciosos que flotaban en todos los fluidos. La alcaldía de Pedro González – paréntesis irrepetible que puso el talento y el buen gusto en el sitio de la política- nos devolvió la ilusión urbana y nos acercó a gente que, desde su juventud animosa, quisieron corporizar sueños de progreso y modernidad. Acechado y boicoteado desde dentro, aquel grupo mínimo limpió las telarañas del inmovilismo, feos y malos hábitos de la cosa local; y, entre ellos, José Luis Reina y Maríanela Padrón brillaron por fidelidad, entrega y discreción. Como en las buenas novelas, el final de la aventura aupó a los mediocres y, aún, a los malos, y maltrató a los mejores; los damnificados egoístas limosnearon a diestra y siniestra y los elegantes perdedores, con agudeza y coraje, se reinventaron y tomaron distancia del barrizal que dejaron sin ganas de retorno. En este otoño, José Luis nos dijo adiós con una imagen profesional impecable y ganada a pulso, con una trayectoria construida a golpes de instinto y constancia, con un ejercicio de inteligencia y buen hacer -yo le decía de coña savoir-faire- dentro de una aerolínea con todas las ventajas y hándicaps del monopolio de las comunicaciones interinsulares, y en las relaciones con una plantilla con privilegios feudales, directivos de recorrido y/o emergentes e instituciones de las que depende la concesión y sostén de los servicios públicos que la hacen rentable. Fue un ejecutivo eficaz y brillante, que arriesgó y ganó en iniciativas y proyectos, según resaltan los obituarios; un profesional ocupado que recortó, aparentemente, sus inquietudes y simplificó los análisis. Pero, debajo de la imprescindible piel de supervivencia, del humor, del curtido escepticismo e, incluso, del sarcasmo – tan magnífica y sentidamente expresados por su amigo González Jerez- latía aún el joven soñador que nos acogía hospitalario en su hogar lagunero para hablar de todo lo humano.