Domingo Cristiano

Lo de París empieza aquí

Ya estamos. Saltan por los aires nuestros sueños de un mundo en paz y nos ha faltado tiempo para tirarnos de las greñas pontificando sobre cómo responder a estos esbirros de Satanás. ¡Cómo si alguien supiera de verdad qué hay que hacer con estos hijos de la peor madre: la intolerancia, puta donde las haya porque la fecundan todos los fangos que habitan en el interior de las personas! No. No lo sabe nadie. No lo saben ni Francia ni Estados Unidos ni España. Nadie sabe nada porque la intolerancia es un monstruo grande, más fuerte que la guerra incluso, que siembra en los corazones una ponzoña que crece fácilmente. Una idea fija, un mucho de incultura, una frustración personal, un grupo de iluminados… y ya lo tenemos: monstruos de andar por casa que pronto se cansan de pasar desapercibidos y deciden entrar en la historia escalando sobre un cargamento de vísceras e ilusiones. La intolerancia es la bestia de siete cabezas que devora la convivencia. En la Iglesia lo sabemos bien, porque algunos la practicaron con funestas consecuencias. Lo hemos hecho, lo hemos reconocido, hemos pedido perdón por los días tristes y hemos mirado hacia adelante con el compromiso de ser distintos y hacer las cosas de distinta forma. Porque es aquí, en las cuatro paredes de nuestra vida, donde se juega la supervivencia del terror. Es en casa y en la sociedad donde nacen los terroristas que maltratan a las mujeres, y las mujeres que trafican con el dolor de sus ex maridos amenazándoles con no volver a ver a sus hijos. Es aquí donde el color de la piel se convierte en un muro y donde el acento y el Rh, en fronteras. Es aquí, camino de la panadería, donde se cuece el terror a fuego muy lento. O donde se asienta para siempre la verdadera alianza, no de civilizaciones, que es una chorrada, sino de personas. En plena campaña electoral, los partidos han sacado sus peores tripas al sol. Para rascar tres votos de mierda los hay que eligen minar la convivencia con golpes de efecto que resucitan a muertos que llevan años, y hasta siglos, enterrados. Que si la memoria histórica, que si la aconfesionalidad, que si la Transición, que si el proletariado, que si la propiedad privada, que si tú más… Sí, lo de París empieza aquí, con cada intolerante empeñado en salvar sólo su culo y el de los suyos. Por lo que me trae a cuenta, no entiendo esa mamarrachada de intentar acabar con la escuela confesional, ni con la presencia pública de la religión. Bueno, de la religión católica, que con otras no se atreven. Y hoy lo entiendo menos que nunca, porque en un templo, en un aula y en una sesión de catequesis no se pregona otra cosa que el común destino de la Humanidad, la hermandad, la existencia de un futuro tan esperanzador para todos que merece la pena caminar hacia él mano con mano. Y quien no predique eso, no predica a Cristo, a quien hoy llamamos el Rey del Universo en la confianza de que su mirada serena prevalecerá sobre el odio a través de quienes se abracen a su proyecto: mirarnos a los ojos y reconocernos hermanos. Ése es su reinado.

@karmelojph