sobre el volcán

Más Platón y menos catecismo

Extraño país donde al tiempo que distinguen al filósofo Emilio Lledó con el Premio Príncipe de Asturias, desmantelan la asignatura de Filosofía de la Educación Secundaria. Parecería un ejercicio de cinismo, si no fuera porque se presupone cierta inteligencia para practicarlo. No hay que darle más vueltas, en el fondo no es otra cosa que un bucle más de esta abominación por la cultura en general que domina el pensamiento de cierta élite política y empresarial, que consideran que el principio y el fin, el alfa y omega pasa por la mercantilización de la vida. La educación como una mera herramienta de la cadena de producción, desviando cualquier otro fin que no sea el de la productividad. La crisis ha profundizado este posicionamiento, con la defensa de un pragmatismo en la formación que quiere terminar con las ya de por sí maltratadas humanidades.

Lo peor es que no solo es una ocurrencia de un Gobierno de turno en España, sino que responde a los criterios marcados por la vieja Europa, que traiciona así las bases sobre las que ha fundamentado su identidad. Y, para rematarlo, la última propuesta de José Antonio Marina de querer vincular la retribución salarial del profesorado con una evaluación sobre la calidad de su trabajo. Da la sensación de que el pedagogo con esta propuesta intenta construir la casa por el tejado y mete de lleno en el mundo del mercado de valores la relación entre el docente y el alumno. El profesor Lledó lo ha dicho por activa y por pasiva en los últimos años, la peor enfermedad que amenaza este tiempo es la ignorancia. Y si la ignorancia va asociada con el poder, peor pronóstico para el enfermo. Si nuestro estado era ya grave, es muy probable que no nos quede otra solución que entrar en paliativos y procurar al menos que el descalabro sea lo menos doloroso posible. Sacar la Filosofía de las aulas es darle un portazo a la posibilidad de construir una sociedad más democrática; acotar el espacio del pensamiento y la crítica, y, en definitiva, privarnos de un mecanismo que nos permita crecer en libertad.

Hasta ahora no se ha escuchado a los políticos pronunciarse por esta amenaza que sufre la sociedad. Sin embargo, la enseñanza de religión parece que es una cuestión de Estado. Es sintomática también esta contradicción y ofrece un termómetro de lo que somos, cuando hay quienes se echan las manos a la cabeza y califican de atentado contra la libertad de educación que se pueda suprimir la formación religiosa confesional, cuando debería estar circunscrita al ámbito de lo privado y aplauden exultantes un sistema educativo que elimina la Filosofía. Pero que no cunda el pánico. Si vuelve a gobernar la izquierda no acabará con la educación religiosa. Ya con Zapatero este intento se transformó en una mejora sustanciosa de las cuentas de la Conferencia Episcopal. Lou Marinoff publicó a principios de este siglo Más Platón y menos prozac, que se convirtió en una especie de libro de autoayuda o psicología de aeropuerto. Parafraseando al autor, creo que a este país le vendría bien más Platón y menos catecismo.