El dardo

Mi perro

Un día, junto al viejo mercado municipal lagunero, lo vimos en una jaula, rodeado de gallinas, conejos y pájaros. Su cuerpo chiquitín -cabía en la palma de la mano-, su mirada inocente y curiosa y el movimiento continuo de su pequeño rabillo transmitían una pulsión de ternura. Olía mal porque estaba sucio, muy sucio, aunque su color negro tizón lo disimulara. No hizo falta hablar: un intercambio de miradas con mi mujer lo decidió sobre la marcha. Y desde aquel momento, ese perrito callejero entró en la vida de la familia. Mis hijos decidieron llamarle Mickey y durante las primeras semanas todos le ayudamos a que conociera la casa y evitara los peligros -las escaleras principalmente-, y a que conviviera con los chuchos de la urbanización. No teníamos un perro, él nos tenía a nosotros porque desde el primer día Mickey estableció un vínculo afectivo tal que pareciera que había nacido para dar cariño. Espabiló en seguida gracias a su excepcional inteligencia y se convirtió en el centro de la atención familiar… y en mi inseparable compañero de caminata. El campo y el monte le entusiasmaban. Lo olisqueaba todo y todo lo marcaba. Conejos y perdices eran su perdición. Salía disparado tras unos y otras al advertir su presencia hasta que, tras la inútil persecución, regresaba sin perder su regocijo habitual. Unos sorbitos de agua de la cantimplora le dejaban como nuevo. Así aguantó horas y horas, un día y otro, hasta hace casi dos años, en que su pérdida de facultades me aconsejó caminar sin él. Cuando venían mis hijos de vacaciones, a todos reconocía y a todos encandilaba con su cariño y alegría, que exteriorizaba con el rabo hecho ventilador. Mi mujer era su debilidad: la quería más que a nadie y la seguía a todas partes como un poseso. Conocía el ruido del motor del coche y el de la cerradura de la puerta, a cuyo lado esperaba expectante nuestras idas y venidas. Se sabía horarios, costumbres y debilidades de todos. Esta noche Mickey nos ha dejado en silencio después de casi 19 largos años de entregarnos amor y compañía. Fue más que una mascota y más que un amigo que llenó y alegró nuestras vidas. Quiero pensar que se ha quedado dormido y que el meneo de su cola loca y su mirada viva y fisgona se han detenido en el tiempo para esculpir un recuerdo imperecedero.