SOCIEDAD

Otro mundo no es posible, es inevitable

El mundo parece un lugar cada vez más injusto. Sin embargo, no tenemos que viajar muy lejos en el tiempo para comprobar que antes era mucho peor. En las tertulias con amigos y conocidos es frecuente que siempre se acabe escuchando lo mismo: lo mal que está “el patio” y cómo todo tiempo pasado fue mejor. Pero permítanme darle una mala noticia a los agoreros: eso no es cierto. Además de ser un hecho comprobable mediante la observación y la aplicación del arte de la comparación, los datos abundan. La actualidad es considerablemente mejor que la Antigüedad, que la Edad Media, que el Renacimiento, que la Ilustración, que la Revolución Industrial, que la época de las dos grandes guerras. Al menos en temas como la democracia, la igualdad, las leyes sociales, la esperanza de vida, la alimentación, etcétera. No me engaño, sé que probablemente no podré convencerlos; yo también conozco el funcionamiento implacable de este presente y convivo día a día con el pesimismo imperante que no nos permite ver más allá nuestras narices y en el que nuestra concepción de la historia se limita a rememorar los tiempos en que podíamos comprarnos un coche nuevo.

Empecemos por decir una verdad: es cierto que los datos económicos de la última década alarman a cualquiera que no pertenezca al 1% de la élite más rica; la única capa social que se enriquece con descaro y que mantiene una actitud de goce secreto en privado y de “yo no tengo nada que ver” en público. El sistema capitalista se muestra agotado, cansado, permanentemente mordiéndose la cola, pero al mismo tiempo poderoso y omnipresente. Sus mismos mecanismos parecen incluir un dispositivo a prueba de colapsos definitivos. Sin embargo, y aquí es donde haremos gala de un optimismo tal vez ingenuo, la enorme capacidad de estratificación y diferenciación que implica el sistema, el gigantesco poderío de representación y visibilidad que posee, otorga ciertas ventajas a los inquietos, los críticos y los innovadores. Por supuesto, una cosa está clara: la mayoría de ellos están abocados al fracaso por cansancio o inanición (literal y figurada) ya que una de las perversidades del sistema es su rapidez para barrer del mapa a aquellos sin capacidad de resistencia. Pero (los peros dan sentido a nuestra existencia), hoy más que nunca antes en la historia de la humanidad tenemos acceso al saber, tenemos la posibilidad real de investigar, de enterarnos de las cosas, de conocer su funcionamiento; la información ya no es privilegio de unos pocos, como hace solo unos cientos de años. Todo el que quiere saber, puede saber. Todo el que quiere agruparse y organizarse, puede hacerlo. Esta época nos demuestra que la voluntad personal es mucho más importante de lo que suponíamos en eras anteriores. Y también que somos mucho más indolentes de lo que imaginamos cuando el camino no está claro. Dios ya no marca nuestros destinos. Mucho menos el Estado. El club de los inconformistas y de los soñadores se ha mantenido más o menos activo a lo largo de la historia, pero sin duda ésta es una de sus mejores temporadas. Algunas de sus iniciativas no se ven más que como quimeras de imposible implementación práctica. Otras, sin embargo, parecen hechas a medida para una época que pide a gritos una nueva vuelta de tuerca. Estas son solo dos de las propuestas que podrían dar un giro completo a nuestra realidad…

Monedas sociales
¿Sabe el lector lo que es un Demos, un Puma, un Boniato, un Sol-Violette? Estos nombres, que pueden parecer graciosos o irónicos, sirven para denominar monedas alternativas. Cada una de ellas equivale a un euro, pero la enorme diferencia es que no lo son. Solo basta que en Sevilla, Madrid, Canarias o Toulouse (Francia) -solo por poner algunos ejemplos- ciertos colectivos, personas y empresas se pongan de acuerdo para intercambiar productos y servicios utilizando estas monedas como elemento de cambio, para que se produzca un pequeño milagro: el de crear un sistema de intercambio, al margen de la moneda oficial, que funciona con eficacia y que promueve las relaciones sociales de las comunidades en las que se aplica, además de la igualdad y la cooperación. En general, estas monedas no se imprimen, es decir, su existencia es puramente virtual, no física. Sirven solo para ser utilizadas en el momento y su acumulación no tiene sentido, ya que con el tiempo, si no se usan, pierden el valor. En Bilbao, por ejemplo, la moneda social Ekhi (sol, en euskera), caduca cada tres meses, lo cual implica, por un lado, la necesidad de usarla cuanto antes y, por otro, un freno a la especulación. Las monedas sociales no son exactamente sustitutas de las convencionales, más bien intentan crear otro tipo de intercambio, más humano y acorde a las nuevas realidades que cada vez son más visibles por obra y gracia de la crisis. Por ejemplo, hay quién tiene dinero pero no tiempo; sin embargo, en los últimos años, el número de personas sobradas de tiempo pero sin apenas dinero ha aumentado mucho. Los millones de desempleados saben bien lo difícil que es intercambiar el tiempo libre por trabajo para ganar un salario convencional. Sin embargo, es mucho más fácil hacerlo en un sistema que se rige por una moneda social. En el sistema canario del Demos, por ejemplo, todo el que se inscribe recibe automáticamente un sueldo mensual que se verá incrementado o disminuido según su participación y sus intercambios con otros usuarios de la red. La cooperación comunitaria es otro de los grandes pilares en los que se fundamenta la comunidad que utiliza el Demos: antes de que los nuevos participantes reciban su primer sueldo, se cobra un porcentaje de impuesto sobre el saldo. Al llegar a este punto, es probable que los lectores estén dando rienda suelta a su escepticismo. Y no es para menos. Las posibilidades reales de cambio suelen causar abismos de incredulidad, pero si estos nuevos tipos de intercambio prosperan, la alternativa definitiva podría estar mucho más cerca de lo que pensamos.

El comercio justo
Viejo conocido en las dos últimas décadas del siglo XX, el comercio justo ya no es una labor más o menos pintoresca de las ONG de turno, sino una alternativa sólida en la que cada vez creen más personas, empresas e instituciones. A través de 10 parámetros que se consideran imprescindibles para dar una transacción comercial por justa, el modelo empresarial del comercio justo puede constituir una base firme para la creación de una economía distinta, con condiciones de acceso al mercado igualitarias, desarrollo sostenible para los pueblos y respetuoso con los conceptos de salario digno, cuidado del medio ambiente, igualdad entre hombres y mujeres y contrario a la explotación infantil. La Organización Mundial del Comercio Justo (WFTO) promueve y facilita los intercambios comerciales que se basan en sus parámetros y se ha comprobado que, pese a la crisis -o, a pesar de todo, precisamente por ella- las ventas procedentes de este tipo de comercio se han incrementado de forma considerable en los últimos años. Sobre todo en el sector de la alimentación, que ha ido en aumento en detrimento del artesanal, líder absoluto en los inicios de esta iniciativa. Tal vez porque el comercio justo ha dejado de banalizarse y ya no es, como al principio, una manera cool de hacer regalos en Navidad. La creciente consciencia y las experiencias de explotación en carne propia de muchos de los habitantes del primer mundo han hecho que las premisas de igualdad, desarrollo, medio ambiente y salarios dignos hayan atravesado su mero estatus de eslóganes políticamente correctos. O, dicho en otras palabras: la pobreza y la explotación ya no es algo que solo ocurre en el sur. Tanto es así, que en estos tiempos que corren parece mentira que el comercio justo sea solamente una alternativa al modelo imperante y no el modelo imperante en sí. Los discursos y las buenas intenciones son solo momentos de gloria en la vida de los gobernantes y grandes empresarios. Mientras tanto, los telediarios nos siguen mostrando la esclavitud de hombres, mujeres y niños (sobre todo estos dos últimos) en las infames fábricas que nuestras grandes marcas de occidente han instalado en la parte no afortunada del mundo. Pero para terminar, volvamos al optimismo. Las monedas sociales y el comercio justo son solo dos entre muchas otras iniciativas que crecen como setas después de la lluvia y que han logrado traspasar las barreras de las modas, el descrédito que impone el sistema a las posibilidades de variación y la incredulidad de los perezosos. Gracias al trabajo, la inteligencia, la visión, la valentía y la cooperación de muchos, se han erigido como lo suficientemente fuertes como para ofrecer una alternativa fiable. Las energías alternativas, la preocupación cada vez más fuerte por el cuidado del medio ambiente y la consciencia animalista en alza son otros aspectos que nos ponen sobre aviso de un hecho incontestable: estamos cambiando. No es que otro mundo sea posible; es que es inevitable. La cuestión es ver, una vez más, si estaremos a la altura.