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Roberto Fernández

A veces los galardones y honores responden a criterios de justicia y, otras, a causas más terrenales, como la oportunidad y la conveniencia. Las tres causas aparecen en Roberto Fernández Díaz (1954) y en Cataluña y el absolutismo borbónico (Planeta, 2014), que obtuvo el Premio Nacional de Historia de 2015. La justicia de la decisión se basa en la entidad científica y moral del rector de la Universidad de Lleida, notable especialista del Siglo de las Luces y en el razonado fallo “sobre el análisis excelente de un importante debate científico y por la aplicación rigurosa de la metodología crítica y profesional frente a la instrumentalización pública y política de los hechos históricos”. Con valentía y amenidad, el profesor Fernández Díaz recorre el intenso trecho que se extiende desde el final de la dinastía austríaca hasta la consolidación del liberalismo decimonónico; y sin el menor asomo de acritud, desmonta el maniqueísmo burdo que redujo la ideología y el papel de los bandos que lucharon por la corona del Rey Pasmado y que convirtió a los catalanes -que rompieron el juramento de sus cortes en 1701- en “los vencidos buenos”, paladines de la modernidad y el reformismo, y a los seguidores de Felipe V en “los vencedores malos”, retrógrados, uniformistas y autoritarios. De la suerte de un conflicto bélico, donde tanto los botiflers como los maulets cometieron excesos, salió una bandería apoyada por cronistas interesados, que abrió el vuelo en la fiebre romántica y llegó, con el mismo argumento y obstinación, hasta nuestros días para servir como ariete y percha a la causa secesionista. En un reino en franca decadencia y con mínimo poder en Europa, ni el centralismo borbónico, confirmado con el decreto de Nueva Planta, ni la alternativa fallida de la Casa de Austria, podían garantizar la pervivencia de hechos y fueron medievales, aunque algunos sostengan, con más voluntarismo que pruebas, lo contrario. Por su decisión -porque no es popular ni cómodo disentir de la ola y la bulla- Fernández Díaz está unido a la corriente revisionista que representaron, entre otros, Vicens Vives y Pierre Vilar, que calificó la Guerra de Sucesión “como la lucha entre anticuadas estructuras estamentales de la malparada monarquía que dejaron los Habsburgos y un nuevo estado moderno que pugnaba por implantarse”.