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Sueños de hoteles

1. Reconozco que, por razones más que obvias, no estoy viviendo mis mejores momentos, ni mis mejores sueños. Pero no me siento capaz de trasladar a ustedes mi tristeza, aunque sí los sueños, por si me pueden ayudar. Estoy soñando con un hotel de cinco estrellas, viejo y destartalado -omito el nombre-, un hotel del sur de Tenerife, al que me han invitado. Este hotel me ha asignado una habitación llena de colillas en el suelo. Cuento hasta cinco, quizá seis. Yo no he fumado jamás, deben ser del huésped anterior. La camarera me ha abierto la puerta con su llave maestra, porque, curiosamente, no he pasado por recepción para registrarme, pero sé a qué habitación debo dirigirme. Discuto con ella por el estado de la estancia; me acompañan otras personas y ella me pide que no redacte una queja porque perderá su trabajo. Accedo. Y una noche distinta sueño con otro hotel, ya no en esta isla, puede ser en Miami, o quizá en Las Palmas. He olvidado el número de la habitación y ando errante, buscándola. No la encuentro y me despierto, sobresaltado. Finalmente hay un tercer hotel, con mucha vegetación, de recuerdo muy confuso. Es también antiguo, de sólo dos plantas y no me alojo en él, sino que, constantemente, subo y bajo escaleras que dan a la calle.

2. Me desvelo. Voy al ordenador. Persigo a una cucaracha. He recibido una notificación de la Agencia Tributaria, que no sé abrir. Se la reenvío al asesor fiscal y ya no duermo en toda la noche. ¿Qué será? A las siete menos cuarto me ducho para dirigirme a participar, ad amorem, en el programa ¡Viva la radio!. ¿Ustedes creen que esto es vida para un hombre de mi edad? Como no tengo sueño, he escrito mientras tanto este artículo. Mi vida es un escaparate, pero esto lo he elegido yo, que jamás he sabido diferenciar los sueños de la realidad y la vida profesional de la personal, que no he tenido nunca.

3. Mis dos perritas yorkshire, Mini y Koki, me miran, sorprendidas, como diciendo: “¿Y qué le pasa a éste ahora?”. No es normal esta actividad a las cinco y media de la madrugada. El agaporni, que se llama Roberto, se estira buscando una claridad que no ha llegado, porque amanece a las siete y cuarto. ¿Qué significan esos hoteles?