por qué no me callo

Viva la Radio: la ‘Fórmula 1’

El mes y pico de estar en el aire, Viva la Radio me resulta ya una estación familiar, como si todos los días a las 7 de la mañana hubiera estado cogiendo este tren de las ondas, que me lleva de viaje con ambiente festivo a un espectáculo de radio clown adictiva, informativa, inclasificablemente divertida en Plató del Atlántico (a través de Canal 4), donde hacen cine, también, y uno se puede tropezar con Juliette Binoche o Penélope Cruz. Yo estaba alejándome después de treinta y tantos años de la radio. Estaba cansado, buscando vías de escape en silencio, escribiendo. Creo que uno acaba generando(se) hartazgo, la misma cara, el mismo cloquío. También me apeé de la televisión, que es otro medio de transporte en el que uno se deja llevar y causa hastío. La radio es mucho, sabe más que los peces colorados, te enreda, te da mil vueltas. Puede convertirse en un ligue para toda la vida. Ella elige cuándo vas y cuando vienes, te coge y te suelta. A Lucas Fernández se le ocurrió esta locura bendita tomando un café en el Parque García Sanabria junto a las escalinatas. Yo he visto nacer proyectos de esa manera informal. En una servilleta. Los parques y terrazas son viveros de ideas geniales que cambian el mundo. En nuestro pequeño mundo local, VLR rompe las costuras del orden radiofónico establecido y como tiene gente tan buena a bordo y la radio es pura prestidigitación, de un día para otro, ahora me parece que voy en un trasatlántico donde poco antes iba en aquel tren de liliput. Los oyentes que me paran por la calle son amables y exultantes, idealizan VLR como hago yo, la ponen por las nubes. Así que cualquier día de estos me sentiré, o me sentaré, en un avión, qué sé yo. En ese camarote de la Dársena, 30 años después de conocer por primera vez a la Señora en la Avenida de Anaga, Juan Luis Calero despliega su farándula y ejecuta en directo una exhibición de humor inteligente, que es única en el panorama de la radiodifusión española actual. Existe la ultraperiferia radiofónica, más el coste de insularidad y el oriniento de los oídos de la Capital del Reino. A Calero no le han dado el Ondas, como a Borges le pasaba con el Nobel. Esas paradojas desconcertantes se cometen. Pero Calero no está en América, no tan lejos, no, y vive a menudo en Madrid.

No es ningún extraterrestre, y en los círculos vanidosos del gremio nacional deberían estar al corriente de la radio que se cuece en Canarias, del teatrillo que nos alegra la mañana de José Antonio Pérez/Antonio Salazar and Cia., de las caleradas y el vitorial del Caballero. O están offside, no se enteran. En esta tahona hacen seis cochuras diarias, seis horas de radio, de 7 a una. Cojo la guagua frente al Arkaba, en la calistenia marítima del footing matutino, y me acuerdo de Juan, que en paz descanse; desde ese belvedere miro a la cordillera de Anaga y mando saludos a mi Taganana de la infancia, me subo al bus y me deja en la puerta del Plató del Atlántico. Por el camino escucho las conversaciones de los usuarios. Hablan de VLR como de una ciudadela en la que estamos todos, oyentes y parlantes, incluidos la Señora, el Caballero, Dionis o Doña Pita, y dice el pasajero que habla a mi espalda que Felipe González se baja siempre del tranvía en Chimisay o el Puente Zurita, que Luis Morera irrumpe desde La Palma con Taburiente de fondo, que entra y sale Lorenzo Olarte a su edad, que lee versos un juglar que siempre dice “qué bonito” o te llama machango y que hay un referéndum para saber si la gente quiere que la Señora y el Caballero digan, por fin, sus nombres. Un día de estos me paró un oyente en la calle: “Oiga, ¿dónde están ustedes para ir a ver hacer el programa?”. En un bar donde tomo café por las mañanas me dan recuerdos para la troupe de VLR. Conocen a Marlene Meneses, que se desternilla con los golpes de los personajes de Calero. Hay fans de Salazar y Pérez Llombet que saben que se intercambiaron los colores en el pressing catch sobre el clásico. La gente se queda con todo, saben dónde desayuna Manolo Artiles porque lo dijo una vez en antena. Andrés Chaves desempolva a otro Chaves que toca la fibra sensible cuando jubila, interinamente, al Chaves viperino; tiene oyentes/lectoras que le llaman para desayunar sobre sus columnas en la página de “atrás” de este DIARIO, como dice el Caballero, y en corro suelta comentarios sicalípticos que ruborizan a la Señora. “Dígale a Mateu esto y aquello para el tema del día”. Dada mi condición irremediable de cronista ambulante, me voy tropezando a todo el mundo por la calle y me dan los recados para la fratría de VLR. Un día dije figuradamente, un árbol es un árbol y José Antonio Pérez es la radio.

El timón de esta radio. Un pata negra de la radio de este país que reside en la isla y conduce la nueva Fórmula 1 desde hace poco más de un mes, como si Joaquín Prats resucitara y cogiera el micrófono y nos hiciera disfrutar colgados en el aire a su voz. Porque esto va de voces, y empezó con buen pie -con buena voz- el día que la madrina de esta casa fue nada menos que Teresa Alfonso, La Voz. Salazar dirige el vagón de este tren, este barco, este avión, o lo que sea este río de radio, discretamente, como un farero de guardia. En Valleseco tiene un corresponsal, el gallo, que se ha hecho popular en la tertulia (de este corral de la comedia), como las ratas gigantes de las pocilgas de algunas calles, que asoman en fotografías repelentes que llegan por wasap. Hay un dúo detrás de los micrófonos (delante de la pecera), Nando y Ruth, que mueven los hilos de la tramoya, o no saldría el show al aire. Como no habría invitados ni charlas ni nada de nada si en la trastienda no estuviera Yurena. Permítanme que haya hecho esta relación y añada que a veces suceden estas cosas: Dios los cría y ellos se juntan. Viva la Radio.